Ser buen poeta confiere un estilo, una forma de adueñarse de las palabras, de nombrar el tiempo fugitivo. El poeta que ejerce de novelista suele tener un camino ganado en ese sentido de adueñamiento de las palabras, de conmover a través del uso de una prosa fuertemente lírica. Es lo que sucede con Los nadadores (Anagrama, 2012) de Joaquín Pérez Azaústre. He recordado leyendo esta novela una antología de relatos de piscina que publicó Ronsel en 2004, la misma editorial que ese año diera a imprenta mi Serrat, canción a canción.
El territorio poético de Los nadadores es también el territorio del extrañamiento por el que camina el personaje de Jonás, un extrañamiento que es consustancial al tiempo incierto en el que vivimos. Pérez Azaústre refleja magistralmente el desconcierto generacional. Nadar viene a ser como una forma de huir y salir del agua -leemos- se parece remótamente a nacer.
En la portada de Los nadadores vemos a Burt Lancaster en un fotograma de El nadador, excelente película de Frank Perry que adaptaba el cuento homónimo de John Cheever. Es una referencia como otra cualquiera que apenas incide en el relato de pérdidas y ausencias que construye Pérez Azaústre que en el poemario Las ollerías tenía precisamente un poema en dos tiempos titulado "Los nadadores" que establecía un diálogo con el padre, con el origen, con el principio y la raíz de todo.
En un momento de la novela se nos recuerda a Mark Spitz, campeón olímpico e ídolo de adolescencia de Jonás. Spitz forma parte del regreso del protagonista a la casa de sus padres, a su propia infancia, al lugar del que nunca partimos del todo, al que siempre permanecemos ligados de un modo sumamente emocional. La descripción que Pérez Azaústre hace del piso familiar es meticulosa, como si por un momento la novela hubiera sido poseída por el fantasma de Georges Perec. De algún modo nos sentimos próximos a esa exploración íntima de cajones y armarios que hablan por nosotros, que dicen mucho de Jonás, de su padre y de su madre desaparecida.
Los nadadores revela la madurez que ha alcanzado la escritura de este narrador-poeta que es Joaquín Pérez Azaústre, escritor total y referente literario de su generación. Le recuerdo ahora recibiendo en Cádiz el Premio Fernando Quiñones por La suite de Manolete. Con Los nadadores ha firmado la que considero es su mejor novela hasta la fecha, la más acabada, la más despojada de artificio, la mejor construida. Se nota que habita un poeta en cada una de sus páginas.
Ahora les dejo que me han entrado ganas de dar unos largos en la piscina. Espero encontrarme con el hombre-pez. Si leen la novela sabrán porqué lo digo...