A finales de agosto de 2007 asistí en Cádiz a una mesa redonda sobre la relación de la literatura y la prensa escrita. Entre los convocados estaban Luis García Montero, Benjamín Prado y Almudena Grandes. La calidad de quienes participaron propició una velada muy enriquecedora, si no fuera por un detalle sintomático del sectarismo que caracteriza a esta España nuestra, de izquierdas y derechas siempre mal avenidas, incapaces de reconocer las virtudes del contrario. Aquella noche nadie se acordó de Francisco Umbral que murió apenas una semana después de aquella mesa redonda. De vuelta a casa pensé que cómo era posible hablar de literatura y periodismo sin citar a Umbral. Y también pensé que quienes podían despreciarlo jamás llegarían a escribir una obra maestra como Mortal y rosa, libro absolutamente clave de nuestra literatura, enorme poema en prosa a la altura del Ocnos de Cernuda.
Lo que pasaba en el fondo es que Umbral ya no era acogido por los escritores de izquierda como uno de los suyos. Por eso el olvido no me pareció inocente. Y hubiese sido un buen gesto que no sólo salieran a la palestra escritores de izquierda, que el sectarismo no sólo viniera de la derecha cavernaria o cainita. Me dolió ese olvido a Umbral cuya obra merece ser revalorizada, más allá del enorme Mortal y rosa en cuyas desconsoladas páginas arde la pérdida irreparable del hijo del escritor, fallecido siendo un niño.
He pensado en ésto mientras leía Si hubiéramos sabido que el amor era eso (Ediciones Literoy, 1969), una de las primeras novelas de Umbral, relato melancólico de incertidumbre amorosa en la que importa la prosa que es capaz de sintetizar poéticamente un mundo deshabitado de palabras indecibles y sueños vacilantes. Suena en un momento de la banda sonora de la novela la canción "El manisero" que popularizó Machín y que enmarca el reencuentro de la pareja protagonista, tras un intervalo de tiempo sin verse:
En los altavoces de aquel sótano en penumbra sonaba "El manisero" y el camarero que movía las maracas junto a la barra tenía un suave balanceo y una sonrisa indefinida que abarcaba a todos los clientes, y de pronto, ella se encontró con la cabeza apoyada en el hombro de él, y a él se le escapó una frase que no supo si estaba bien o mal...
Me reconozco en Umbral, en sus novelas de posguerra, en su manera de no contar nada y contarlo todo, de envolver la prosa en una lírica minuciosa de tranvías, de humos de cigarro, de paseantes solitarios, de noches en vela, de escritura apasionada, de ninfas mezcladas con giocondos. No hay demasiados como él que representen esa figura de escritor que supo mojar también su tinta en la prensa escrita convirtiéndose en un articulista de fondo. Por eso hay que volver al mejor Umbral, por eso interesa que las mesas redondas aglutinen pluralidad y no la endogamía de ciertos círculos literarios que piensan que fuera de ellos y de sus referentes ideológicos no existe nada. Conviene no olvidarlo en estos tiempos cada vez más virulentos donde si no te proclamas de izquierda y abogas por la revolución te pueden tomar como representante de la extrema derecha a la que detestas sobre todas las cosas o a la que detestas del mismo modo que puedes detestar a la extrema izquierda.
Y mientras te refugias en Umbral piensas en la importancia de ser en estos tiempos independiente y huir del partidismo feroz que algunos ostentan, como si el socialismo pudiera dar lecciones de algo en este país, como si el descrédito de los políticos no fuera cosa generalizada y todos al llegar al poder no conformaran una ruidosa e indecente casta de privilegiados, expertos en promesas incumplidas y en hacerle pagar el pato a los de siempre. Y por eso importa volver la mirada sin prejuicios a escritores como Umbral, testigos de su tiempo desde la atalaya del pensamiento y del verbo vivido y sentido, el mismo Umbral que fuera capaz de humillar televisivamente a Mercedes Milá, como si intuyera que esta señora iba en el futuro a manchar la televisión presentando un concurso tan infame como Gran Hermano.
Y mientras te refugias en Umbral piensas en la importancia de ser en estos tiempos independiente y huir del partidismo feroz que algunos ostentan, como si el socialismo pudiera dar lecciones de algo en este país, como si el descrédito de los políticos no fuera cosa generalizada y todos al llegar al poder no conformaran una ruidosa e indecente casta de privilegiados, expertos en promesas incumplidas y en hacerle pagar el pato a los de siempre. Y por eso importa volver la mirada sin prejuicios a escritores como Umbral, testigos de su tiempo desde la atalaya del pensamiento y del verbo vivido y sentido, el mismo Umbral que fuera capaz de humillar televisivamente a Mercedes Milá, como si intuyera que esta señora iba en el futuro a manchar la televisión presentando un concurso tan infame como Gran Hermano.