BIOGRAFÍA

En la obra de Luis García Gil (Cádiz, 1974) conviven de manera absolutamente personal literatura, cine y canción de autor. En el ámbito de la canción ha publicado Serrat, cantares y huellas, Serrat y Sabina a vista de pájaro, Jacques Brel, una canción desesperada, Javier Ruibal, más al sur de la quimera y Joan Isaac, bandera negra al cor. Su amor al cine ha dado como fruto el libro François Truffaut publicado por Cátedra y el guión y producción del documental En medio de las olas dedicado a su padre el poeta José Manuel García Gómez. También ha producido el documental Vivir en Gonzalo que ha dirigido Pepe Freire y en el que se profundiza en la obra de Gonzalo García Pelayo. Como poeta es autor de La pared íntima, Al cerrar los ojos y Las gafas de Allen. Es autor además del libro José Manuel García Gómez, un poeta en medio de las olas.




miércoles, 4 de julio de 2012

ESCRITORES


Según reza  el DRAE escritor es persona que escribe. A partir de esta parca e insuficiente definición cualquiera puede sentirse escritor con lo que la palabra en sí misma sufre una devaluación permanente. Escribir una novela, un libro de poemas o un ensayo es muy complicado. Exige haber leído mucho, haber investigado mucho sobre un determinado tema. La escritura debiera ser una unidad de destino como lo era para Juan Carlos Onetti o para Julio Ramón Ribeyro. Cuando proliferan los novelistas, poetas y ensayistas de variado pelaje la gente tiende a pensar que cualquiera escribe, que no hay esfuerzo ni rigor en lo que se emprende, que viajamos a las regiones del mero divertimento, a esta sociedad del espectáculo en la que importa más la apariencia que el compromiso real con la escritura.
Por esas razones escritora pudo llegar a ser Ana Rosa Quintana, perpetradora de aquella vergüenza llamada Sabor a hiel, y escritor o escritora puede llegar a ser casi cualquiera que se lo proponga, famoso o aspirante a serlo, sin que haya oficio ni pudor, exigencia o búsqueda y todos se creyeran tan trascendentes como para sentirse escritores a las primeras de cambio. A eso añadimos la proliferación de blogueros, término que algunos incluyen en su propio currículum vitae como si el ser bloguero tuviera per se  algún tipo de mérito. Y así leemos que Fulanita Pérez es escritora, poeta, historiadora, bloguera y hasta cantautora de inverosímiles ripios.  
De este modo no es  raro encontrarse con poetas que no leen poesía, con un tipo de escritor que se jacta de no leer, que ni siquiera tiene una biblioteca en casa, ni falta que le hace. Y en estos tiempos necesitamos más lectores que escritores, más difusión de la cultura que libros inanes que sólo sirven para satisfacer egos. Son estos los tiempos de devaluación cultural, de exhibicionismo permanente, por los que nos toca transitar, tiempos en los que cualquiera puede verter una opinión sin que la sustente una mínima base porque la ignorancia es atrevidísima en todos los sentidos. Y las voces autorizadas van siendo cada vez menos autorizadas, más descalificadas por ese mayoría que a su modo alza su voz y su falta de escrúpulos en facebook o en twitter. Una cuenta en facebook puede dejar al desnudo nuestras carencias. Hay quien calladito está más guapo pero ahora tiene en las redes sociales un modo de explayarse, de soltar todo lo que se le pasa por la cabeza.
Hace tiempo me encontré con un tipo que se vanagloriaba de haber escrito un libro en un mes y medio. No era Jordi Sierra i Fabra, recordman mundial de nuestras letras, capaz de urdir cinco novelas en un año. El tipo del que hablo nada tenía que ver con la literatura pero difundía una imagen de la escritura ciertamente lamentable. En todo ese proceso de vulgarización de las letras tiene que haber esa editorial que no tiene criterio alguno para publicar cualquier bodrio y en eso incluyo a la vergonzante editorial Planeta que tiene en su catálogo a “escritores-fantoches” como Tomás Roncero o como el mismísimo César Vidal que tiene el descaro de escribir un canon cultural y de incluirse a sí mismo,  en el colmo del onanismo, práctica de la que debiera abstenerse alguien que ha sido locutor de la purísima COPE. 
Con esta inflación de escritores urge buscar a quienes dignifican la palabra escrita. Uno de ellos es Gonzalo Hidalgo Bayal al que muchos de los que se consideran escritores por haber publicado un libro ni siquiera habrán leído. Basta leer Campos de amapolas blancas (Editorial Tusquets) para darse cuenta de que para firmar una obra maestra no hacen falta poses grandilocuentes ni seicientas páginas ni grandes campañas de marketing ni escribir otra maldita novela sobre la guerra  civil citando a Isaac Rosa. Lo que hace falta es ser consciente de que escribir es algo muy serio, que compromete al escritor consigo mismo y con el lector sensible y atento. Y que, en última instancia, no todo el mundo está capacitado para escribir, no todo el mundo posee el don de la escritura porque haya escrito un libro y haya plantado un árbol y ahora le falte el hijo para justificar su paso por este mundo.