
“Martes
de Jesús Caído, la joven, blanca y capitana Cofradía del Mentidero: “En la
calle se ha caído/Jesús por segunda vez/ de tanto como ha sufrido/ no puede
ponerse en pie…”. Lo escribía el poeta gaditano José
Manuel García Gómez en las páginas de ABC un 25 de marzo de 1964 en un artículo
dedicado a la Semana Santa de Cádiz con un título suficientemente expresivo: “Una
semana de fervor gaditano”. El creador
de la revista Caleta caminaba por la treintena y aún no había dado a imprenta
“En medio de las olas”, grácil poemario y bella oda blanca a Cádiz, tal como lo
calificó Vicente Aleixandre con quien García Gómez cruzara numerosas cartas
cargadas de afectos líricos. Aquel artículo de mediados de los años sesenta
reconstruye para el lector de hoy una Semana Santa muy diferente a la que
conocemos en la actualidad pero con la personalidad que le otorgaba el
callejero y el mar inmemorial que la envolvía, a lo que cabía sumar un rico patrimonio
histórico y artístico que fulgía sobremanera en tiempos aún próximos a las
penalidades de la posguerra cuyas heridas agrandó la terrible explosión del año
1947.
Por esa Semana Santa aposentada en lo íntimo soplaban los
nuevos vientos de cofradías nacientes que hallaron en la gubia de Miguel Láinez
Capote al imaginero que dio forma en su taller de la calle La Rosa a algunos de
sus sueños en forma de advocaciones y misterios. Láinez sería el autor de la
imagen de Jesús Caído a principios de los años 40. En ese latido arrítmico de esa primera
posguerra –memoria de indigencia y estraperlo- es cuando nace la Cofradía de
Jesús Caído cuya travesía va estrechamente ligada a la figura de Bernardo Luis
Periñán y Salguero con quien José Manuel García Gómez trabara una intensa
amistad. La revista Estandarte da medida del talante de Bernardo Periñán y nos
permite a un tiempo profundizar en aquella relación entrañable, encontrando los
ecos profundos del poeta que le cantaba a Jesús Caído con una intensidad y una identificación
que no llegaría a alcanzar con ninguna otra imagen de la Semana Santa de Cádiz.
José Manuel García Gómez fue el poeta de Jesús Caído que encontró en la imagen
doliente de quien cae a tierra una forma de autorretrato que pudiera ser
consustancial a todo itinerario vital. La imagen de Jesús como metáfora que el
poema y el poeta certifican sobre la hoja en blanco como también supo hacerlo
el poeta de Arcos Julio Mariscal Montes en el primer terceto de uno de los
sonetos de su libro Quinta palabra.
En ese terceto se cita la caída en tierra de Jesús Nazareno camino del
calvario: “Para que Tú cayeras, Hombre,
para/ que caigas otra y otra vez, abierta/ esta terrible Calle de Amargura,
culminándose el soneto con este otro terceto: “Para ya solo Dios que se espesara/ en cada gota de su sangre abierta/
y te hicieras más Dios en su espesura”.
En uno de los números de la revista Estandarte (el sesenta y
nueve concretamente publicado en marzo de 1969) aparecía en la portada la
imagen de perfil de Jesús Caído. Ese número de la revista recogía íntegro el
Pregón de la Semana Santa de Cádiz de José Manuel García Gómez que tuvo lugar en
el año 1967, dentro de los actos conmemorativos de las Bodas de plata
fundacionales del Caído. La lectura de ese pregón nos remite a un tiempo pasado
de pregones más líricos en los que no se gritaba ni era preciso un uso y abuso
de la gesticulación y del ripio. La estética de la Semana Santa encontraba en
el verso y en la oratoria de García Gómez un aliado perfecto que no sólo
cantaba lo propio sino que buceaba en quienes le habían cantado en verso a la
Pasión y Muerte de Cristo con Lope de Vega y sus Rimas sacras en un lugar siempre privilegiado.
“Cada año, y por el
azul del mar, el humo y el olor de la resina del Campo del Sur, el Martes Santo
de Cádiz se llena, a la verde sombra del Parque de Genovés, de sentimientos y
emociones nuevas…La Capilla del Colegio Mayor es blanca y limpia, tiene el
pequeño aroma de una flor jazminera. En ella sólo cabe el brillo de una lágrima
o el aire de un suspiro...Y la estampa del Cristo y la Señora: Él, vestido de
blanco, y rendido en un monte de claveles…Ella, sin corona ni ráfaga, adornada
tan sólo con el número doce de las estrellas de Apocalipsis…”.
Así lo cantaba García Gómez en su capítulo dedicado a la cofradía de Jesús
Caído (“Señor de bruces, rey amilanado…”) del libro Semana Santa en las diócesis de Cádiz y Jerez que editara Gemisa en
los albores de los años ochenta. El poeta gaditano llegaba en su itinerario al
Caído y su prosa –ya crepuscular- no podía eludir esa parcela íntima y
sentimental que le llevaba a sentirse parte de aquella cofradía que había visto
crecer de la mano, entre otros, del entusiasmo de Bernardo Periñán.
Para la cofradía de Jesús Caído José Manuel García Gómez
dejó algunos de sus mejores versos pasionistas, como viene a probar este
conjunto de inspiradas décimas que compuso para cada una de las tres caídas a
tierra de Nuestro Padre Jesús Caído:
Por
primera vez Jesús,
celeste
pan sin mancilla,
rindió
su santa rodilla
bajo
el peso de la cruz;
por
primera vez Jesús
doliente
vellón caído.
Y
en el azul conmovido
de
aleteos y de estrellas
palpitan
nuestras querellas
por
Cádiz, blanco y rendido.
Por
segunda vez Jesús
sobre
la piedra sombría
se
rindió, que no podía
con
el peso de la cruz.
Y
en el ocaso sin luz
suenan
tambor y trompeta.
La
garganta, hecha saeta
mece
con su triste brío
a
Jesús Caído, un río
de
mansedumbre secreta.
Por
tercera vez, Señor
bajo
el peso de la cruz,
María
sin otro azul,
sin
más palio que el dolor
del
desamparo mayor.
Y
en la noche gaditana
la
brisa del mar temprana
gime
con vivo gemido
el
dolor más dolorido:
la
estrella de la mañana.
Tres décimas en tierra, como lágrimas sonoras, como ríos
líricos que en el cauce suspirante portaran un lamento antiguo. El poeta
desvivido, derramado, soplo de mar y viento persiguiendo la efigie de Cristo,
su ejemplo y su bíblico eco. El salvador del Arco de la Rosa –como testificó
Fernando Quiñones-, el alma mater de la
revista Caleta, el poeta de la calle Cervantes que conferenciaba sobre Antonio
Machado o sobre Lorca en tiempos no precisamente propicios para divulgar a
poetas que no abrazaron la causa del régimen franquista. El hombre que al
cumplir cuarenta años fundó un colegio pero que antes de todo eso ya buscaba el
verso con el que definir el misterio de un paso de palio que se mece a ritmo de
horquilla en la pupila del sueño. El poeta orante, meticuloso, cierto, que ofrendó
una rosa metálica a la Virgen de los Desamparados, titular de la cofradía, una
rosa que a veces la dolorosa llevó sobre una de sus manos y cuya ejecución
correspondió al orfebre sevillano Vicente Martín Cartaya. El incansable
investigador gaditano José Luis Ruíz-Nieto Guerrero me aportó generosamente
este dato que constó en acta un 14 de febrero de 1969, el mismo año que el
poeta dio a imprenta el poema-oda En
medio de las olas, homenaje a Cádiz anteriormente citado. A la Madre de los
Desamparados
también le dedicó el poeta alguna que otra décima como esta que transcribimos y
que incluía un guiño lírico a Pemán y a su famoso poema al cargador gaditano
que Juan Manzorro volvió a rescatar de la niebla sigilosa del tiempo en su
Pregón de la Semana Santa de Cádiz:
Desamparada
Señora
tu
dolor es el mayor.
Por
tu corazón en flor,
un
río de pena llora,
un
río que en esta hora
quisiera
enjugar el llanto
de
tu luto y tu quebranto.
Por
eso a golpe de horquilla
y
de vaivenes de mar
Cádiz
quisiera borrar
la
pena de tu mejilla.
José Manuel García Gómez le cantó al Caído sucesivamente sin
apartar nunca de su pensamiento a Bernardo Periñán con el que tantas
conversaciones cruzara. Ambos habían compartido la primera salida procesional
de la Cofradía ,
radicada desde principios de los años sesenta en el Colegio Mayor Beato Diego
José de Cádiz. A partir de ese instante las salidas fueron sucediéndose como lo
hicieron las primaveras sepultando bajo tierra la faz de los inviernos
retadores. Se sumaron salidas y recogidas en los que el poeta del Caído no
faltaba a la cita como tampoco lo hacía su amigo Bernardo Periñán. Solía
vérsele en el camino de ida contemplando el paso del Señor por el barrio del
Mentidero y otras elegía el melancólico –casi elegiaco- camino de regreso por
el parque de Genovés con la noche perfumada de incienso, glorificada por el
verde desbordado e impresionista de la naturaleza.
Todo ese caudal emocional culminó en un gran poema, el mejor
de cuantos José Manuel García Gómez dedicara al Caído y que vio la luz en el
número especial de Estandarte, fechado en marzo de 1965. El poeta se
encomendaba en una cita previa a Luis de Góngora y Argote ,
antes de acunarse en el oleaje de un verso exacto, rítmico y sufriente que miraba
a los clásicos en la forma de vertebrar su canción desconsolada:
Rindes,
Señor, sobre la dura piedra,
tu
rodilla;
sobre
el escalofrío
naufraga
el leño verde;
te
desploma, Jesús, como un cordero,
partidas
las entrañas
en
la calle,
y
ayer, desde lo alto,
una
flor se posaba
en
la ternura vegetal del heno.
La
cruz, Señor,
te
rinde el corazón. Te rinden
beso,
látigo y espina,
te
rinde el gallo
que
cantó tres veces;
te
rinden los cuchillos
que
le abrieron
siete
ríos de sangre
al
dolorido maternal regazo;
te
rinden
manos
torpes, corazones,
gritos,
nieblas
espesas
de humana pobredumbre,
y
ayer desde lo alto,,
una
flor se posaba
en
la ternura vegetal del heno.
Una
vez
y
otra vez cae tu rodilla
sobre
los mismos lechos duros de la piedra.
Tres
veces van, Señor. Tres golpes van
por
los que se despeña tu sonrisa.
Tú
por nosotros,
tu
dolor por el nuestro,
que
el rescate lo exige
en
la absorta mañana del Calvario,
y
ayer, desde lo alto,
una
flor se posaba
en
la ternura vegetal del heno,
una
flor que ahora tronchan
locas
voces de sangre,
locos
vientos de sangre,
necias
luces de sangre.
Este poema en tres tiempos supone a nivel expresivo -con su armonía
de heptasílabos y endecasílabos- la
muestra lírica más acabada de José Manuel García Gómez como poeta del Caído al que
volverá a cantar en su último Pregón a principios de los años noventa. Al
margen de García Gómez hubo otros poetas de aquella promoción del cincuenta que
le cantaron a los titulares de la Cofradía de Jesús Caído que llegó a organizar
un concurso literario, loable iniciativa que apenas tenía antecedentes en otras
cofradías . Uno
de esos poetas fue Diego Navarro Mota que
en verso libre dedicó al Señor un poema titulado “La caída” que publicó
Estandarte en diciembre de 1964. Pese a ello nadie alcanzó esa identificación
lírica que logró José Manuel García Gómez, el poeta que vino al mundo en el
número 22 de la calle Cervantes y con el
que la ciudad de Cádiz y la Semana Santa de Cádiz siguen estando en deuda.