BIOGRAFÍA

En la obra de Luis García Gil (Cádiz, 1974) conviven de manera absolutamente personal literatura, cine y canción de autor. En el ámbito de la canción ha publicado Serrat, cantares y huellas, Serrat y Sabina a vista de pájaro, Jacques Brel, una canción desesperada, Javier Ruibal, más al sur de la quimera y Joan Isaac, bandera negra al cor. Su amor al cine ha dado como fruto el libro François Truffaut publicado por Cátedra y el guión y producción del documental En medio de las olas dedicado a su padre el poeta José Manuel García Gómez. También ha producido el documental Vivir en Gonzalo que ha dirigido Pepe Freire y en el que se profundiza en la obra de Gonzalo García Pelayo. Como poeta es autor de La pared íntima, Al cerrar los ojos y Las gafas de Allen. Es autor además del libro José Manuel García Gómez, un poeta en medio de las olas.




lunes, 27 de agosto de 2012

ELOGIO DEL VERANO


Canción del verano que se acaba, de tu cabello mojado por el mar, de tu prisa, de la mesa puesta que mi madre viste de una ternura antigua, elogio de las mariposas, del recreo infinito, del pájaro de la felicidad y de la hora de la siesta. Canción del verano que se acaba, de las playas de la infancia, de la luna del amante, de la caricia del sol y de los frutales. Veranos de brazadas en piscinas imaginarias, de toldos para buscar la sombra, de bicicletas de montaña, de campos, de barbacoas y de olas que regresan siempre al lugar de los prodigios.

Contemplo una fotografía de mi padre en la que siempre es verano. Yo aún no había nacido pero los rostros familiares me pertenecen de algún modo. El mar está ahí, misterioso, vibrante, maternal, como queriendo abrazar la estampa que hoy muda revela todas las cartas del pasado. Somos, fuimos, pasamos y en el abrazo fundamos nuestra pertenencia a la vida, al contacto con el mundo. Hijos debiéramos siempre ser de la infancia, del abrazo, del sueño. 

Juan Cobos Wilkins se acordaba en un poema de Para qué la poesía de la hamaca que le acogía en las siestas de verano. Yo me acuerdo de la playa de Cortadura a las afueras de Cádiz y de los escarabajos que enterrábamos en la arena para luego avistarlos en su salida a la superficie. Y me acuerdo ahora de la revista Don Balón donde salía Juan Gómez Juanito o un emergente Butragueño en víspera de la gesta mundialista de Querétaro. Yo estaba allí, niño feliz con su balón de reglamento, sin intuir la edad adulta, el fiero espejo que desordena gestos y palabras, el pupitre escolar asediado por las obligaciones.

Elogio del verano que ya se acaba, que ahora tiene los ojos de mi hija, la claridad de mi hija, la eternidad de mi hija que ya sabe decir -cual pregonera de la vida- "camaroooooooones freeeeeeeescos...". Y ahí va el pregonero con su cesta de camarones -hoy como ayer- y ahí va la memoria esparciéndose por la arena fina de la playa que no intuye el invierno que viene, que llega susurrante, con su lluvia y con su frío.

Elogio de los libros que leemos en la estación soleada como Helena o el mar del verano de Julián Ayesta. Escribe Ayesta: El dulce de guinda brillaba rojísimo entre las avispas amarillas y negras y el viento removía las ramas de los robles y las manchas de sol corrían sobre el musgo.... El primer párrafo ya revela una prosa fuertemente evocadora que huele a verano, a estampa familiar y amorosa, a revelación proustiana en tiempos de penitencia y sotanas umbrías dictando lo que es bueno y lo que es malo. A Ayesta le bastó este libro mínimo pero máximo para perdurar, para distinguirse en la literatura de la posguerra española y para hacer del verano literatura memorable.

Me miro en el verano que se acaba. Preparo una elegía, un canto de despedida. un réquiem. Mi hija no sabe que las cosas se acaban. No sabe que el invierno viene y que los poetas no hacemos otra cosa que constatar lo irreversible, lo que no vuelve, lo que no hace otra cosa que marchitarse. La foto de verano de mi padre me sigue mirando en la alta hora de la madrugada. Acontece lejos pero cerca, muy cerca de este instante en el que escribo con la botella de agua medio vacía a mi lado y un mosquito impertinente cruzando la pantalla de mi ordenador.

domingo, 12 de agosto de 2012

CON HOPPER EN MADRID

1. Contemplar el arte como si uno fuera un eterno aprendiz de la mirada sabia de Robert Hugues. Me enteré de la muerte del crítico de arte de la revista Time el mismo día que visitaba en el Museo Thyssen de Madrid la retrospectiva dedicada al pintor norteamericano Edward Hopper. Me acordé del libro A toda crítica que editó Anagrama y que recogía ensayos de Hughes sobre arte y artistas. En esa antología aparecía un texto sobre la retrospectiva que el Whitney Museum of American Art dedicó a Hopper en 1980. Se entiende mejor a Hopper a través de Hughes, lo entiendo mejor ahora que releo su texto en esta noche calurosa del mes de agosto. Hugues relaciona a Hopper con Manet y la melancolía de algunos de sus cuadros con la poesía simbolista.

Busco las claves de Hopper a través de Hugues y me sumerjo en la rotundidad lírica de Una mujer al sol que el crítico compara con las delicadas Anunciaciones del Quatroccento. También me acerco a Hopper a través de la mirada del poeta Max Strand en el libro reeditado por Lumen este mismo año. Strand se aproxima poéticamente a varias obras de Hopper y contempla, por ejemplo, a la mujer que mira a la ventana en Sol matutino. Hay toda una poesía en el rostro adormecido de quien no cesa de viajar al fondo mismo de la melancolía.

2. Reivindico Madrid en agosto, sin la premura y los agobios de otras fechas del calendario.  Nos atrevemos incluso a tomar un cocido en el restaurante El Ingenio lleno de referencias quijotescas. En el tren de regreso leo el último libro de poemas de Manuel Vilas y celebro su mundo poético absolutamente singular y absolutamente aconsejable. Eso sí no le perdono que mezcle en un poema a Clint Eastwood con José María Aznar en un extraño e irónico juego de celebridades sobre las que caerá también el peso de la muerte. Le aclaro, señor Vilas, que Clint Eastwood no morirá nunca. Al señor Aznar, en cambio, hace tiempo que le hemos olvidado aunque de vez en cuando tengamos noticias de él y haya nostálgicos del aznarato que teorizó Vázquez Montalbán.

3. El encanto de los cines Renoir en la calle Martín de los Heros de Madrid. Proyectan en una de las salas Mi semana con Marilyn, magnífico acercamiento a la personalidad de la mítica actriz y al rodaje de El príncipe y la corista de Laurence Olivier. Michelle Williams está fantástica como Marilyn y no cae en la caricatura de otras versiones interpretativas del mito. Dígase de paso que es un placer inmenso disfrutar del cine en pantalla grande y en rigurosa V.O.S.  Y el placer cinéfilo se multiplica cuando puedes darte un paseo previo por la librería Ocho y Medio que se encuentra en la misma calle Martín de los Heros. Entre libros de temática cinematográfica soy inmensamente feliz.

4. También en Madrid me enteré de la muerte de Sancho Gracia, el eterno Curro Jiménez de la pequeña pantalla. Algo de mi infancia regresa a mí cuando escucho la impetuosa B.S.O de Waldo de los Ríos. Con Sancho Gracia se va ante todo un excelente actor que era mucho más que aquel personaje que le dio fama. Juan Cruz le dedicó en El País una hermosísima necrológica.