BIOGRAFÍA

En la obra de Luis García Gil (Cádiz, 1974) conviven de manera absolutamente personal literatura, cine y canción de autor. En el ámbito de la canción ha publicado Serrat, cantares y huellas, Serrat y Sabina a vista de pájaro, Jacques Brel, una canción desesperada, Javier Ruibal, más al sur de la quimera y Joan Isaac, bandera negra al cor. Su amor al cine ha dado como fruto el libro François Truffaut publicado por Cátedra y el guión y producción del documental En medio de las olas dedicado a su padre el poeta José Manuel García Gómez. También ha producido el documental Vivir en Gonzalo que ha dirigido Pepe Freire y en el que se profundiza en la obra de Gonzalo García Pelayo. Como poeta es autor de La pared íntima, Al cerrar los ojos y Las gafas de Allen. Es autor además del libro José Manuel García Gómez, un poeta en medio de las olas.




lunes, 30 de diciembre de 2013

LA MONTONERA



Cruzo varios correos con Diego A. Manrique, célebre critico musical, al que siempre agradecí sus deferencias públicas a Serrat, canción a canción. Diego anda tras los pasos de "La montonera", canción maldita de Serrat que no forma parte de su discografía oficial. En mis libros sobre Serrat no le supe otorgar a la canción el lugar que le corresponde, dejándome llevar por el desapego que el cantautor catalán ha tenido con esta canción casi clandestina de su repertorio que aúna testimonio y lirismo a un tiempo. 

"Con esas manos de enjugar sudores/ con esas manos de parir ternura..." cantaba Serrat a la utopía montonera en una grabación de incierta procedencia que podía escucharse al final del documental Cazadores de utopías de David Blaustein con arreglo posterior de Litto Nebbia. La montonera de los versos de Serrat parece ser Maria Anne Erize Tisseau, atribución que el cantautor catalán no ha confirmado en ninguna entrevista. Algo de su historia ha contado Manrique en un espléndido artículo titulado Serrat y su montonera que ha publicado en las páginas de El País. "La montonera" presenta algún paralelismo con "Edurne", una canción de Serrat que corrió mejor suerte y que también viene a personificar en la lucha de una mujer -en este caso vasca- un sueño de revolución, de cambio social, de ruptura frente a un contexto represivo. 

Manrique me incita a preguntar sobre "La montonera", a revisar papeles, a recomponer cierta epopeya argentina de Serrat. Hablo con Ricardo Ottonello, viejo amigo argentino, responsable de que allí se editara Serrat, canción a canción con prólogo de Fontanarrosa. Me dibuja toda un paisaje histórico por el que pasea la canción y termina apuntándome que "La montonera" es una de las más magistrales piezas de psicología política que hayan podido escribirse. Es una pieza que prueba hasta que punto a Serrat la realidad argentina no le era ajena desde que surgiera el idilio con el país en su primera visita en 1969: "Sólo un montonero de corazón como Serrat habría podido escribir ese reproche al padre, que aún hoy muchos siguen disimulando cada día en la política argentina" me apunta lúcido y profundo Ricardo Ottonello deteniéndose en los versos que Serrat toma de El Cid ("que buen vasallo sería/ si buen señor tuviera...") y que suponen cierta desmitificación del peronismo como también refiere Manrique en su artículo.  

Cada verso de "La montonera" posee un sentido histórico que refleja la convulsión política y social del momento, una convulsión comparable a la que sufría la propia España del tardofranquismo que vetaba reiteradamente al cantautor catalán exigiéndole viejas cuentas por su renuncia a la pantomima eurovisiva. Penetramos al rescatar "La montonera" en el bosque tupido de los años setenta, los más intensamente creativos de Serrat, donde da a luz algunas de sus mayores obras. En ese contexto aparece con su halo de misterio "La montonera" con la voz de Serrat subrayando su anhelo, el eco sonoro de su lucha que situaba en las veredas de 1969, el mismo año que el cantautor difundía en un histórico elepé la poesía de Antonio Machado, como si de pronto pudieran fundirse el milagro de la primavera del olmo seco hundido por el rayo con la primavera soñada por los montoneros. 


domingo, 29 de diciembre de 2013

EL MILAGRO DE LA POESÍA


Es el milagro de la poesía que sigue reclamando amantes, lectores entusiastas, paseantes de su misterio. Quien no la probó no puede saberlo, no puede ni imaginarlo. Estoy leyendo el poema "La eternidad se llama Buenos Aires" de Raquel Lanseros que forma parte de su última entrega poética titulada Las pequeñas espinas son pequeñas. Al leerlo todo es concentración y emoción porque el poema me lleva donde quiere con el fulgor musical de sus endecasílabos. Lo recito despacio, casi musitándolo, y estoy volando con la imaginación del verso hacia un barrio porteño donde una pareja que siento muy próxima está bailando ahora mismo un tango con la alegría prendiendo fuego en cada movimiento. Ellos son Alberto y Cristina (Al y Cris Tango) y algún día bailarán con Raquel aquel poema de Los ojos de la niebla titulado "La mina más linda". Y cuando la poeta o poetisa diga aquello de "En su cuerpo de tinta anidaban las notas/ de tu bandoneón..." Cristina y Alberto responderán a la par con un escorzo sutil que por momentos parecerá esculpirse en mármol de Carrara. 

Y ese es el milagro de la buena poesía y del arte que nos hace mejores y llena de magnética luz el sendero más intrincado, como sucede también con las buenas canciones. Como poeta siento muchas veces más míos los versos de otros que los propios. Me pasa con Raquel Lanseros desde que leí su primer libro, antes incluso de conocerla, de compartir instantes memorables, recitales y presentaciones en Barcelona, Madrid o Cádiz. Cada nuevo encuentro con su poesía supone sumergirme en las aguas profundas de la más pura emoción con la lección machadiana bien aprendida, que brota de la claridad del verso pensativo, emotivo, que puede hasta tocarse y cuya respiración escuchamos como si manara de una fuente amorosa en una plaza callada sobre la luz crepuscular de la tarde. Esa misma tarde gozosa o melancólica que engendra caminantes y sueños, misterios y quimeras y también poetas como Raquel y bailarines como Alberto y Cristina a los que uno imagina danzando ahora mismo en un barrio porteño, entre los silencios llenos de vida y amor de ese poema titulado "La eternidad se llama Buenos Aires". Poesía y tango citándose, entrelazándose, fundiéndose. 

lunes, 23 de diciembre de 2013

FLORES PARA VIOLETA


Las reputaciones es la última novela publicada por el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez. Por su relato, lírico y moral,  transita un afamado caricaturista apellidado Mallarino que a su vez evoca  la desdichada suerte de otro eximio caricaturista llamado Ricardo Rendón quien eligió la muerte llevándose a la sien derecha el cañón de una pistola Colt 25. Al leer esta breve y magnífica novela me acordé de Violeta Parra eligiendo también el instante de su muerte con la canción "Gracias a la vida" aún temblándole cual paradoja en los labios.  A la asociación novela- Violeta contribuyó indudablemente el visionado de la película de Andrés Wood sobre su vida, un trabajo impecable que logra trazar un retrato fidedigno de un personaje complejo, icono indudable de un modo de sentir la canción y el folclore que nada tiene que ver con la industria musical que padecemos en nuestros días. 

Francisca Gavilán logra el milagro de transformarse en una Violeta Parra sumamente convincente, carne de yugo que encontró en la música un modo de arrinconar fantasmas, de ser viento del pueblo y silbo de afirmación de aldea. Andrés Wood no ha querido hacer una biografía al uso sino que ha trazado un perfil de la artista chilena que penó de amor pero también de rabia y que lo mismo tomaba el pincel que la guitarra con la claridad de quien buscaba ante todo penetrar en el pueblo como un angel confortador prendido del paisaje familiar de su tierra.

Todavía se llora el adiós precipitado de Violeta y ruge un viento triste sobre aquella carpa deshabitada. Todavía puede decirse que su ejemplo pervive, que se cantan sus canciones, que pervive su huella en las grabaciones que nos siguen acompañando. Andrés Wood ha logrado con su película aproximar el mito a las nuevas generaciones para que se paren a distinguir las voces de los ecos. Porque Violeta sigue marcando el camino tal como ya lo marcaba a finales de los años sesenta cuando Víctor Jara la citaba como referencia de la emergente Nueva Canción Chilena. 

Hay quien la recordaba friendo empanadas antes de bailar cueca o abrazada a la noche inmensa y misteriosa con un silencio largo que rompía algún acorde de guitarra. En Violeta la alegría podía acontecer de modo repentino como también podía hacerlo la tristeza de quien contemplaba muchas veces el revolver con el que se despediría del mundo. En Al cerrar los ojos le dediqué un poema porque nada de las vidas vividas por Violeta puede sernos ajeno. Como tampoco nos puede ser ajena la escritura de Juan Gabriel Vásquez, suma de estructura y de poética, tal como ha logrado condensar en ese ejercicio fulgurante que es Las reputaciones. Uno piensa en Mallarino cuya crisis personal le hace abandonar su oficio y piensa también en Violeta Parra desertando a los cielos, eligiendo la muerte como compañera de viaje, sin fuerzas para pisar otro escenario, para parir otra canción. 


martes, 10 de diciembre de 2013

VIDA Y LEYENDA DEL POETA ELÉCTRICO

Vida y leyenda del poeta eléctrico que asomado al Guadalquivir contempla su finitud mientras da forma a un poema infinito, un poema que alumbra el desasosiego, que cree en la esperanza de un mundo distinto. Leo y releo los poemas que conforman Vida y leyenda del jinete eléctrico de Joaquín Pérez Azaústre y celebro al poeta que ya me deslumbró con Las ollerías pero que aquí llega aún más lejos en su forma de alzar el canto con el vértigo de quien sabe que sólo gana el poeta que arriesga. 

Subrayo alejandrinos que parten el coxis del poema, que quieren ser surfistas en la tarde latina, mientras fragoroso discurre el lenguaje como el río al que se asoma el poeta eléctrico que ama la canción. Por eso hay poemas largos, sinuosos en su intrincado camino de esperanza, poemas en los que llueve a cántaros recuperando el aguacero lirico que Pablo Guerrero voceara en plena desintegración del régimen franquista. También se acuerda el poeta  del caballo cuatralbo de Alberti, de aquellos versos que galopaban para enterrar tantísimo oprobio franquista y cuya épica resistente hizo suya Paco Ibáñez con su guitarra cargada de poemas. 

Oler la canción, habitarla, como oler el poema y hacerlo nuestro o mirar a través de los ojos de Robert Redford, jinete presuroso invocando a Faye Dunaway o compartiendo una tarde luminosa con Paul Newman. No hay puntos seguidos para acotar el tiempo porque el verso se desborda pleno de imaginación y es palabra que tiende trampas a los embaucadores y derrama su estruendo sobre la realidad ruinosa. He aquí el poeta social de voz poderosa, raíz y criatura que inquiere a quien pensó que la hacienda era suya y suyo el jornal y el regadío de la gente doliente, de la gente de a pie.

El poeta eléctrico cual reinventado Dylan en el Carnegie Hall, el poeta asomado al Guadalquivir, que no nació un cinco de diciembre en Nueva York pero buscó la huella del actor carismático que fue Jeremiah Johnson y más tarde Brubaker y un poco antes periodista desenmascarando a Nixon al lado de Dustin Hoffman: (charles robert redford jr nació en el mismo instante en que mataron/ al arcángel total con su gracia desnuda...),  

La poesía será de todos cuando la vida digna sea la frente de todos. Canta el poeta su verdad y se pierde por una callejuela de Córdoba  por la que transitaron los poetas de Cántico y mientras pasea piensa en el actor de la Paramount que de pronto sintió la necesidad de dirigir cine y terminó filmando Gente corriente, tiempo antes de que el poeta eléctrico tuviera conciencia del verso que habría de derramarse sobre la noche profunda, como cera que arde, como luna que fulge, como viento que ruge y que al apaciguarse nos regala un misterio en forma de poema. 


domingo, 8 de diciembre de 2013

ENAMORARSE DE OLVERA

La carretera que conduce a Olvera ya no es la carretera sinuosa de antaño. El diletante regresa al lugar de su infancia para recitar algunos de sus poemas por gentileza del Centro Andaluz de las Letras. Atisba el pueblo en el horizonte y se le escapan dos lágrimas que logra disimular. Se acuerda de su padre, pregonero de las fiestas de San Agustín de Olvera el mismo año del mayo francés y se acuerda también de un artículo titulado Enamorarse de Olvera en el que su progenitor concentrara todo lo que le sugería aquel pueblo perdido de la serranía de Cádiz: "Así es el amor por esta bella ciudad que reparte sus latidos por las campanas de su Iglesia Mayor y por las almenas de su viejo castillo moro, Olvera mora y cristiana, de muy honrosas empresas históricas, Olvera de inéditas bellezas a la que hay que ir, a la que nadie deja a la vera, a la que todos prefieren, como en los versos certeros de Jesús de las Cuevas, rondar su blanca cintura y enamorarse de Olvera...". 

Retornos a lo vivo lejano, a uno de los lugares de mi infancia, donde puse lo hallado y reconté las perdidas. Me acordé de mis primos, de la posesión de la luz aquella que pertenece a un pasado donde la muerte no comparecía con su hachazo invisible y homicida. Avec le temps sabemos que la niebla toma posesión de todos los nombres y somos elegía presurosa mordiendo los peñascos. 

El diletante constata en su recital lo solo que están los poetas que declaman versos para un mínimo auditorio. Pervive al menos la música reencontrada de las calles empinadas que vuelven a habitarse, de la alameda aquella en la que jugué de niño, de los rostros familiares sentados en torno a un fuego dulce y hospitalario. Ejerció de cicerone Remedios, vieja amiga de uno de mis primos y casualmente responsable de la Biblioteca Pública de Olvera a donde llevé mis versos. Ella fue quien me mostró aquellos rincones que fueron míos en otro tiempo. 

Antes del regreso cayó la noche y el diletante se llevó una última imagen del pueblo adormeciéndose, fantástico y fantasmagórico a un tiempo con aquel castillo envuelto en las simas de la oscuridad. Me acordé de nuevo de aquel artículo de mi padre titulado Enamorarse de Olvera y de mis tíos y de mis primos y de todo aquel fulgor habitado hace ya demasiado tiempo. 

Nota final: En la foto que acompaña estas líneas aparece mi padre como pregonero de la Feria y Fiestas de San Agustín de 1968. Le acompañan la Reina y las Damas de aquel año. El alcalde de Olvera era Francisco Pérez Sabina. La imagen procede de la Revista Oficial de las Fiestas y Feria editada por el Ayuntamiento de Olvera en 1969. En ese mismo número aparece un poema de mi padre dedicado a la Virgen de los Remedios, Patrona de Olvera. 

miércoles, 4 de diciembre de 2013

HISTORIAS DEL CÁDIZ Y DE CÁDIZ

La historia balompédica del Cádiz se ha convertido en los últimos tiempos en un folletín de proporciones considerables con un club a la deriva que va pasando de mano en mano y cuyo ostracismo actual debe mucho a la gestión desempeñada por Antonio Muñoz que fuera incapaz de sustentar un proyecto deportivo de futuro. En este alambicado relato no faltan pintorescos personajes mesiánicos  que todo el mundo conoce en Cádiz y que no hacen otra cosa que refrendar que el fútbol es un ámbito idóneo para que algunos sientan cubiertas sus ansias de protagonismo. Para ellos la posteridad les tendrá reservada una glorieta o una calle porque ya se sabe quienes en este mundo al revés terminan siendo beatificados, como si fueran lo contrario de lo que realmente son. 

Es esta una ciudad que amamos, muy a pesar de sus contradicciones. Uno pasea por el casco histórico y siente toda la riqueza que entraña su biografía, toda la cultura con mayúsculas que encierra este otrora emporio del orbe y todo el repertorio de voces populares que terminan conformándola. Lo arquitectónico se desborda con sutilidad, también el cosmopolitismo de otro tiempo y el latido del mar que la envuelve plásticamente. Cádiz es un galeón que se despide, una gaviota, un sueño con forma de espadaña o de torre vigía o de plaza abierta al mundo. Por sus callejones mora el poema que jamás escribiremos o esa música perdida en un pentagrama que pudiera haber compuesto Manuel de Falla. 

Pero no todo es poesía en la ciudad sitiada por el Carnaval, la Semana Santa y el Cádiz C.F, como si no hubiera otra cosa, y lo dice quien se siente ligado sentimentalmente a la Semana Santa, al Cádiz C.F y al Carnaval pero le duele que más allá de esas referencias la ciudad parezca incapaz de explicarse. Para saberlo basta con leer los domingos una sección de entrevistas con ciudadanos gaditanos que publica Diario de Cádiz. En la mayoría de los casos observamos quienes marcan tendencia en la ciudad y nos echamos a temblar. 

La gente no lee a Ramón Solís pero no se pierde lo que dice el hermano mayor de la cofradía de marras o el Juan Carlos Aragón de turno. En esa banalidad permanente vivimos más cerca del Love que del verso exigente de Fernando Quiñones y con un equipo de Segunda B disputando partidos en un estadio de Primera División que ya se sabe quien ha pagado. Cualquier tiempo pasado fue mejor porque lo habitaban Mágico González, Pepe Mejías o copleros nada presuntuosos como Paco Alba. Ahora sufrimos lo extemporáneo que ya denunciara el citado Quiñones y que nos lleva a padecer un Carnaval en plena canícula de agosto o procesiones magnas que de tanto repetirse pierden su carácter extraordinario y que también acontecen fuera de la liturgia que marca la cuaresma. Esto debe extrañar a un lector foráneo que no debe saber quien es el Libi ni conoce la cofradía del Despojado ni a Luis Rivero.  

Glosamos esta ciudad, la sentimos nuestra, tratamos de hacer cultura en ella, pero sentimos la desazón de lo que parece irreversible, una ciudad condenada al tópico y que quizá no hace otra cosa que ser reflejo de cierta España de charanga y pandereta que no termina de irse. Mi padre - no me cansaré de decirlo- salvó en su día el Arco de la Rosa de ser demolido y creó un colegio con el sudor de su frente, convirtiendo en realidad un sueño pedagógico. Hizo poesía y cultura en tiempos difíciles. Todo eso resulta irrelevante en esta ciudad que encumbra a quien no lo merece. Por eso es sintomático que el nuevo Concejal de Cultura Alejandro Varela -ex futbolista del Cádiz curiosamente- se estrene en el cargo reuniéndose con cofrades. He aquí las prioridades de la ciudad. Es esa la realidad y de nada sirve lamentarnos por ello. Uno quisiera que Cádiz se conociera más por la música universal de Manuel de Falla que por otra serie de cuestiones. Pero como cantaba Serrat nunca es triste la verdad lo que no tiene es remedio.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

UNA CIUDAD DONDE NUNCA LLUEVE

Queridísimo Eduardo, colega letraherido, ha llegado el día de tu verdadero bautismo literario, ese día en el que te lanzas al tumultuoso ruedo ibérico de la escritura con esta primera novela sobre una ciudad donde nunca llueve que puede ser cualquier ciudad. Por esa ciudad, suma de muchas ciudades, transita tu antihéroe que espía a una mujer que ya no le pertenece, que sufre el síndrome –que tanto le gusta a Enrique Vila-Matas- del escritor que no escribe y que por si esto fuera poco ha mordido el polvo tantas veces que ya ha perdido la cuenta.

En mi camino a Las Libreras hice parada en un bar de reciente apertura llamado La posada de John Dos Passos  -perdón por la publicidad-. Vengo algo bebido, lo reconozco, pero no pude resistirme a pedir un Jack Daniels y a perseguir con la mirada a una chica morena de tejados ceñidos y gastados. Acodado a la barra andaba también por allí Julio Antúnez, poeta maldito que daba cuenta de un bourbon y que me ha pedido que disculpara su ausencia. Julio andaba con un ejemplar bastante maltratado de Manhattan Transfer. Le pregunté al propietario de La posada de John Dos Passos, orgulloso capataz de la Semana Santa gaditana, si conocía el Bar de Luiselchino pero no atendió a  mi pregunta y prefirió enseñarme su colección de fotos del Nazareno bajando por la Cuesta de Jaboneria desde los años setenta de la primera instantánea hasta su última aparición por el barrio de Santa María con esa melena al viento cruzándole el armenio rostro. En La Posada de John Dos Passos sonaba la música de un cantautor gaditano llamado Fernando Lobo que me sonaba bastante. El propietario de La Posada de John Dos Passos me guiñó un ojo y me dijo: "Si este tipo compusiera marchas procesionales sería la ostia..." En una mesa del local departían un tipo que era conocido como el pintorquelovendetodoyencontró el amor y otro que se hacía llamar el filosofovivalavirgen que no hacía otra cosa que decir que Shakespeare es un autor sobrevalorado y eso que estaba metido en una representación gay de Hamlet... ¿O era una representación sobre la vida de Belén Esteban? Ya no me acuerdo. 

Al salir de La posada de John Dos Passos me dispuse a fumar un cigarro pero no tenía fuego. Un tipo llamado chalecodepana me ofreció su mechero en el que creí adivinar un retrato de Bakunin...¿O era de Bustamante? Ya no lo recuerdo. Demasiadas coincidencias pensé o demasiado alcohol o quizá estaba confundiendo ficción y realidad y me perseguían los personajes de la novela que venía a presentar

El caso es que he llegado a Las libreras algo tambaleante pero por mi propio pie y lo primero que he pensado es que hace diez años que me encontraba donde tú te encuentras ahora, con la emoción de haber publicado mi primer libro, aquel Serrat, canción a canción que tú bien conoces. Pasado el tiempo, sumados libros y experiencias en este andar tan largo, me siento inmensamente feliz de estar aquí, de ejercer de maestro de ceremonias de quien lleva la literatura a flor de piel, de una forma mucho más profunda que muchos literatos que conozco.

Tu primera novela no balbucea, carece del titubeo que se podría suponer en una primera obra. En ella ya te asientas como un escritor que sabe lo que quiere, que sabe también que no hay literatura que no se construya en torno a esa tentación del fracaso de la que hablaba Julio Ramón Ribeyro, prosista apátrida como también yo a ti te siento, querido Eduardo.

Al leerte pienso en todas las novelas que llevamos con nosotros, las novelas del aprendizaje, de las noches en vela, de las tardes crepusculares, de lluvia en los cristales y café, y pienso en aquel Balzac que construyó con su catedralicia comedia humana todas las voces y ecos que componen una vida; o en esa generación perdida, tan alcoholizada como el personaje que transita por esta ciudad donde nunca llueve y que podría ser cualquier ciudad.

Hoy me acuerdo más que nunca de aquellas conversaciones que teníamos en la librería de viejo de nuestro amigo Chencho. Galopaba la tarde al filo de su ocaso y tú y yo nos preguntábamos a donde lleva el verso que se escribe, la tonada que se canta, las palabras que forcejean con el viento para nombrar el tiempo que habitamos, la memoria de los cuerpos, de los objetos cotidianos, de los paisajes y de las ciudades en donde nunca llueve.

Vivimos en un mundo extraño de gente que busca la fama a cualquier precio como bien desmenuzas en tu novela donde nunca llueve. Hay quien ha escrito más libros de los que ha leído. Das una patada y salen escritores. Todo el mundo es bloguero o escritor sin haber rozado una página de Onetti en su vida y digo Onetti por decir alguien que llevaba la literatura inyectada en vena. Cualquiera publica, cualquiera se siente escritor, cualquiera junta letras y encuentra un amigo editor que las dé por buenas y las publique o soborna a un jurado para ganar un premio literario. Pero la literatura, la verdadera literatura es otra cosa, es jugarse la vida en una línea o situar como Stendhal un espejo en un camino para fundirse a la realidad que se canta y se lleva incorporada a la piel. Tú sabes ciertos secretos de la escritura y lo hemos hablado muchas veces. En Una ciudad donde nunca llueve hay esa exigencia de la buena literatura, esa búsqueda de una voz propia que se ha hecho a base de lecturas y de conversaciones imaginarias con escritores fantasma que aparecen en sueños y nos dictan palabras al oído. 

Le he tomado cariño al personaje protagonista de tu novela, un tipo desesperanzado que teme al tiempo que pasa y habla de la infancia como ese territorio inexpugnable donde no llega ni el silencio que hiere ni la muerte acechante. He leído con él a Baudelaire y he corrido a recuperar el disco que Leo Ferré dedicara al inmenso poeta francés para que a su modo también Ferré forme parte de la banda sonora que suena en la ciudad donde nunca llueve que podría ser cualquier ciudad con un metro bajo tierra lleno de miradas que rehuyen el encuentro.

Yo quisiera acabar esta presentación con Miguel Hernández, admirable poeta, “viento del pueblo” que nos unió también desde el principio de nuestra amistad y que Aznar y la chica de los pantalones ceñidos y gastados leen en la intimidad. En Una ciudad donde nunca llueve tu personaje cita la palabra esperanza y la deja prendida de los ojos de su hijo “pequeño espermatozoide”. En ese momento yo me acordé del poeta oriolano al que tu escritura persigue desde hace tiempo. Y me acordé de un poema que grabó Serrat en el lejano 1972 y en el que Hernández terminaba clamando por la esperanza que es lo que debe quedar cuando nada queda, como forma de afrontar los golpes de la vida.  Rescato este poema de esta Antología de poesía cotidiana que traigo conmigo y que coordinó Antonio Molina al que no hay que confundir con el autor de "Soy minero". Quiero que estos versos alienten tu vida futura y tus libros futuros y que siempre recordemos ese día en el que presentamos tu primera novela, tu primer sueño escrito, tu primera piedra en el intrincado camino de la literatura donde abundan las rencillas, las zancadillas y los egos pero donde uno puede encontrar el privilegio de darle la alternativa a un amigo y hacerlo con la palabra eterna de Miguel Hernández con quien tanto queremos:  
Pintada, no vacía: 
pintada está mi casa 
del color de las grandes 
pasiones y desgracias.

Regresará del llanto 
adonde fue llevada 
con su desierta mesa 
con su ruidosa cama.

Florecerán los besos 
sobre las almohadas. 
Y en torno de los cuerpos 
elevará la sábana 
su intensa enredadera 
nocturna, perfumada.

El odio se amortigua 
detrás de la ventana. 

Será la garra suave. 
Dejadme la esperanza.

autógrafo

domingo, 17 de noviembre de 2013

BLUE JASMINE


"Nos gustan sus películas. Sobre todos las divertidas..." le decía un seguidor al cineasta Sandy Bates, alter ego de Woody Allen en Stardust memories (aquí traducida como Recuerdos), una obra maestra que fue vilipendiada por buena parte de la crítica estadounidense, la misma que ahora encumbra Blue jasmine. Sandy Bates no quería volver a hacer películas graciosas y lo argumentaba con estas palabras: "Miro el mundo que me rodea y todo lo que veo es sufrimiento humano". Al contrario que Sandy Bates Woody Allen no ha dejado de hacer comedias e incluso Blue Jasmine aligera el drama con alguna que otra pincelada de indudable humorismo. 

La vida no es un camino de rosas. A veces Woody Allen ha buceado en Bergman para ofrecer severas lecturas de la existencia. Recuérdese el giro dramático que supuso Interiores o la concentración que imperaba en Otra mujer con la que vino a culminar la década de los años ochenta. Blue jasmine es un impecable retrato de una mujer a la deriva a la que da vida una extraordinaria Cate Blanchett. No se trata de un drama de reminiscencias bergmanianas sino una de esas películas en las que Allen revela su consabida personalidad de cineasta, más allá de las referencias que quieran buscarse, de Jane Austen a Tennessee Williams. En este último caso la referencia a Un tranvía llamado deseo resulta inevitable. 

Woody Allen filma San Francisco como territorio doliente de la desterrada Jasmine cuya vida de lujos ha tocado a su fin. El mundo de la alta burguesía de Manhattan ya no le pertenece. Su silueta cansada no halla respuestas en el mundo real después de haber vivido en una burbuja de apariencias. La crisis económica no entiende de clases sociales y se ha llevado por delante algunas fortunas construidas sobre la más absoluta falta de ética. Woody Allen se erige en fabulista de un mundo en descomposición que Jasmine encarna con su soledad final, con esa huida a ninguna parte que la cámara del cineasta hace suya mientras imaginamos la melodía de "Blue moon" desvaneciéndose, como parte de un escenario al que ya se le ha prendido fuego. 

En Alice Woody Allen satirizaba a la clase alta neoyorquina. El cineasta vivía entonces en la parte alta del East Side de Nueva York pero esto no le impedía meter el dedo en la llaga de la inanidad de ciertos comportamientos y actitudes. Blue jasmine va más lejos en su forma de confrontar socialmente la vida de dos hermanas, la una nadando en la abundancia de un mundo ficticio y la otra sin más aspiración que la de acudir todos los días a su puesto de trabajo como cajera de un supermercado. La colisión de dos mundos opuestos subyace en una película que nace y muere en el rostro aturdido de Jasmine, en la imposibilidad de adaptarse a un medio que no le pertenece. En tales circunstancias romper con el pasado resulta imposible y por eso mismo Blue Jasmine concluye con la desazón de un personaje vulnerable, neurótico, perdido, que es incapaz de aceptar su realidad y de tomar las riendas de su vida. Es uno de los finales más tristes que le recordamos a Allen que sigue con su ritmo febril de película al año. 

domingo, 3 de noviembre de 2013

EN BUENA COMPAÑÍA (TÉLLEZ Y LOBO)



Dice Juan José Téllez, con la flor de la utopía prendida del verso: "Más allá de los desastres y de las obras maestras/ de asesinos famosos y de bodas reales/hay un rastro de gestos que el mundo ya ha perdido...". Es la misma utopía que alumbra el cancionero de Fernando Lobo, que busca el espejismo, la ciudad invisible en "Lo que el viento me enseñó". Poema y canción se encuentran, aspiran el aroma a brea de un puerto tenebroso que invoca a la mujer de todos los caminos. De un lado y otro el peso del mundo, el del poema de Téllez y el de la canción de Hilario Camacho que Fernando Lobo recreó en el escenario de la Central Lechera de Cádiz. 

Entre versos y canciones se combate mejor el otoño y sus crepúsculos. Danzan los amigos del alma y la vida es un poema revestido de magia. Aparece Inma Márquez y su voz desata un río de bellezas. "No sé renunciar" suena vibrante en su quietud melodiosa. La cantan Fernando Lobo e Inma Márquez, la bailan Al& Cris Tango, la sueña Andy Pérez a la guitarra. 

Téllez recita The lady is a tramp cual rockero fronterizo modelando un repertorio de causas perdidas. La mujer es un misterio, una duda, un precipicio pero guarda las llaves de la salvación eterna. Fernando Lobo moja los dedos en un blues que perfuma las rocas de la Caleta. Todo converge en este recital de sueños compartidos: el amor, la idea, la revolución, las músicas que vienen del fondo de los equipajes. 

Pedro Cortejosa irrumpe con su saxo y las secuencias como olas   sutiles se suceden, como cuando Ignacio Lobo acaricia "Mi Buenos Aires querido". Téllez recita un hit: "Staying alive" (...el poder me venció pero nunca me rendí...) y hay quien retrocede en el tiempo a una era que paría un corazón y una incipiente democracia que resultó ser otra cosa.

Se intercalaron más poemas y más canciones. La lluvia, Salvoechea, el idilio con Cuba, la travesía porteña, la vieja Europa quebrada en la guitarra del trovador errante. Y uno se pregunta sin aguardar respuesta: ¿Dónde estaban los poetas y cantautores de la ciudad trimilenaria? Cada cual con sus asuntos pero lejos de sumarse con su presencia a  esta lírica de mares y ensueños que Téllez y Lobo construyeron con una delicadeza absoluta.   

El  recital concluyó con los sones de "Torre Tavira", regalo que me hizo Fernando Lobo para recuperar la memoria amorosa de un poeta en medio de las olas que me enseñó mucho de lo que soy. A la noche no le faltó una fotografía en la que concentrar todos los sentimientos, todo lo que nos termina uniendo en este camino que llamamos vida, toda la poesía y toda la canción que late en la palabra amistad, la misma que Fernando Lobo y Juan José Téllez desplegaron en una cálida noche de noviembre. 
*De izquierda a derecha Cristina del Castillo, Inma Márquez, Fernando Lobo, Eduardo Flores, Alberto Sahagún y el que suscribe. 

sábado, 2 de noviembre de 2013

LA TRAMA DE NOVIEMBRE



Llega noviembre nombrando recuerdos inasibles de seres que ya no están con nosotros. De pronto dos libros en la mesilla de noche conversan delicadamente, trazan su discurso mortuorio, su meditación trascendente. De un lado La trama inextricable de Juan Gil-Albert que el escritor alicantino dedicó a mi padre en el mes de mayo de 1968, mes de barricadas y utopías parisinas. De otro lado Las puertas de la noche, excelente libro de Alejandro Gándara, novela con mucho de ensayo, de penetración en el jardín umbrío de las cosas idas. En ambas obras se cruzan personajes a punto de abandonar el mundo de los vivos, enfermos terminales como sombras en la niebla. Dice Gil-Albert: 
Nada de lo que nos han dicho de la muerte explica nada y bien poco nos sirve. Lo único convincente de la muerte es ella misma. Su presencia no explica tampoco nada, pero lo resume todo. Unos han querido consolarnos, otros asustarnos; y ambas cosas a la vez. Pero no es consuelo lo que el hombre necesita para la aceptación de su trance, sino entereza. 
Alejandro Gándara y Juan Gil-Albert citan en sus libros esta sentencia de Epicuro: "¿Por qué preocuparnos por la muerte? Cuando vivimos ella no está; cuando ella llega, nosotros no somos? Pero la muerte es presencia e inquietud constante, atravesando los libros que leemos, las frases que subrayamos y el temor que sentimos. Y hay respuestas que buscamos en las estrellas. O en el poético cine de Terrence Malick que vuelve a invocar a Heidegger en To the wonder y cuyo sentido de la religiosidad no parece pertinente en estos tiempos de crisis absoluta de valores. Pero un plano de Malick nos revela las posibilidades del cine como arte, como imagen que se piensa, que exige del espectador una sensibilidad especial. 

La vida avanza, se ensancha en nuestros ojos, en todo aquello que amamos. Bob Dylan susurraba aquello de que la muerte no es el fin y Serrat, empapado de un existencialismo juvenil, cantaba "Si la muerte pisa mi huerto". Y el sol que sale nos dice que es tiempo de esperanza, tiempo de buscarse en las palabras que conciben prodigios, sueños, sortilegios.

En estos días de noviembre buscamos algo de nosotros en las huellas que se tragó el mar. Invocamos a los ausentes, a la rama que se suspende trémula en el árbol, al verso que se canta cuando todos se han ido, cuando quedamos a solas con aquello que somos.

domingo, 27 de octubre de 2013

MANOLO ESCOBAR



En su libro Subliteraturas (Ariel, 1974) Andrés Amorós le dedicaba un capítulo al atávico cancionero de Manolo Escobar al que situaba en un mismo plano que las novelas de Corín Tellado. Manolo Escobar representaba el gusto popular de una España anclada en los tópicos y en sus grabaciones imperaba un folclore andaluz abaratado y convencional como Amorós recalcaba en su aproximación al mito. 

Álvaro Retana en su Historia de la Canción Española (Editorial Tesoro, 1967) destacaba su personalidad artística, la perfección de su mímica, su porte escénico. Para Retana "Espigas y amapolas" -por citar un ejemplo- era una canción españolísima y eso ya era situarla en el territorio de la virtud.  

Entre el panegírico de Francisco Robles en las páginas de ABC y el desprecio que otros le tributaron podría buscarse un termino medio porque Manolo Escobar era un gran artista popular cuyo carisma estaba muy por encima de sus canciones. 

Jesús Torbado vaticinaba en 1972 la desaparición de la canción española. De algún modo Manolo Escobar era un epígono, un resistente de un movimiento agonizante que había tenido su máximo apogeo en la primera posguerra. "Todo el viejo subdesarrollo cultural español aparece elevado a la categoría de mito en estas canciones", apuntaba Torbado sobre Manolo Escobar en su entrada dedicada a la canción popular en España que a su vez formaba parte de la Gran Enciclopedia de la Música Pop. 

Al tiempo que Raimon desarrollaba un cancionero crítico y riguroso, de una exigencia ética y estética innegable, Manolo Escobar imponía su personalidad en las listas de éxitos con canciones que idealizaban la vida amorosa y cotidiana con un regionalismo y un patriotismo que podían resultar anacrónicos en aquel momento histórico que parecía exigir otro tipo de planteamiento. Pero a Manolo Escobar no le interesaba hacer política en sus canciones aunque grabar "Que viva España" en 1973 podía contener más política encubierta que "La Estaca" de Llach. Eran como dos discursos contrapuestos, como dos formas o maneras de entender la canción en un contexto tan delicado como era el que marcaba el franquismo, tan agonizante en aquellos años como la propia canción española. 

En el libro Mitología pop española de Sierra i Fabra y Martín J. Louis (Ediciones Marte, 1973) no podía excluirse a Manolo Escobar como gran icono musical de una España tradicional y reaccionaria que no sintonizaba con el clamor lírico de los cantautores. Los autores de aquel libro terminaban reconociendo en Manolo Escobar a un artista único que había sabido labrarse la consideración de un público poco exigente pero indudablemente representativo del sentir popular y emocional de un país. 

Los biógrafos de Manolo Escobar lo describían como un luchador nato, alguien que se había hecho a sí mismo y cuya sinceridad  artística había encontrado respuesta de una audiencia multitudinaria que se sabía de memoria sus canciones, entre ellas "El Porompompero" o "Mi carro" que sonaron en su recital de hace algunos años en el Teatro de las Cortes de San Fernando. Allí comprobé in situ el carisma del viejo ídolo popular que aún en las postrimerías de su arte seguía defendiendo con uñas y dientes la vieja canción española.

Como actor Manolo Escobar representó un cine muy alejado del que anhelaban aquellas famosas Conversaciones de Salamanca. Películas intrascendentes pero a las que acompañaba el éxito porque Manolo Escobar no hacía otra cosa que prolongar sus éxitos discográficos en la gran pantalla. Ramón Torrado fue quien mejor supo explotar la faceta cinematográfica del artista almeriense con tres títulos de gran popularidad: Mi canción es para ti, Un beso en el puerto y El padre Manolo. Su filmografía proseguiría con una serie de películas a las órdenes de José Luis Sáenz de Heredia y con Concha Velasco como pareja artística. 

La bonhomia del personaje dificulta un análisis riguroso de un cancionero cargado de tópicos sentimentales pero que indudablemente hizo feliz a muchas personas. Su último adiós careció de la presencia que merecía de parte de sus compañeros de oficio, de aquellos que le debían muchas cosas al artista popular e itinerante. Descanse en paz. 

domingo, 29 de septiembre de 2013

EL MADRID DE CARLO

¿A qué juega el Madrid? nos preguntamos muchos. Se fue Mou al que algunos comparaban con Hitler y ha llegado Carlo Ancelotti con su arqueo de cejas y parece que el Madrid sigue sin jugar a nada y ha perdido incluso esa competitividad que sí poseía con el  vilipendiado técnico luso. 

En el tren que me traía de vuelta a Cádiz desde Barcelona me hice con un ejemplar de la admirable revista Panenka que en su número de septiembre dedicaba un especial a la añorada Quinta del Buitre donde están indudablemente ciertos cimientos del fútbol espectáculo del Barça de Pep Guardiola. Para mí decir Quinta del Buitre es decir infancia y es decir fútbol y proyecto de equipo, algo que lamentablemente no encontramos hoy en este Madrid de Florentino Pérez, sin una estructura definida, pendiente de alguna genialidad de Ronaldo o de Isco, el único fichaje consecuente que el Madrid ha hecho este año a la espera de lo que aporte Bale. 

Uno ve jugar - es un decir- a Arbeloa o ve a Benzemá cual alma en pena o a Di María volviendo a las andadas del curso anterior y encuentra una lógica aplastante a lo que sucede. Uno ve cómo se vende a un futbolista talentoso como Ózil y cómo Khedira lleva las riendas del equipo -es otro decir- y comprende muchas cosas. Y todo lo sintetiza el arqueo de cejas de Carlo y el rostro de esfinge de Zizou. Y ya no está Mou como causante de todos los males que dejaba a Iker Casillas en el ostracismo. Y ahí siguen el capo Sergio Ramos y Pepe como pareja de centrales a la deriva. Y todo parece claro, como el agua de un torrente, cuando el Madrid se pasea cual fantasma en el campo del Elche o cuando se ve incapaz de superar el entramado defensivo del Atlético de Madrid con una circulación del balón más lenta que la del caballo del malo.   

Y claro, al final soñamos con aquella Quinta del Buitre, parnaso del madridismo de muchos de quienes añoramos los centros de Michel cuando vemos centrar a Arbeloa y pensamos que este equipo puede jugar mejor, debe jugar mejor. Pero algo sigue pasando y ya no es culpa de Mou que ponía a Coentrau porque era su amigo portugués, porque resulta que ahora lo seguimos sufriendo como titular en este Madrid que nos duele igual que a Unamuno le dolía España. O casi. 


SILVIA COMES CANTA A GLORIA FUERTES

Nos citamos en la cafetería Zurich en el corazón de Barcelona, en ese cruce de gentes diversas que vienen y van que es la Plaza de Catalunya. Un día antes Silvia Comes había participado en la presentación de "Joan Isaac, bandera negra al cor". Nos unen muchas cosas y sobre todo nos une el amor por la palabra cantada, por la poesía que ha de difundirse como corriente de alegría. En la mesa del encuentro nos acompañaron Carlos Gracia y Juan Miguel Morales que son parte de mi memoria barcelonesa, de esa suma de encuentros y complicidades que me hacen regresar una y otra vez a una ciudad que siento cada vez más mía. 

Silvia Comes venía a hablarnos de Gloria Fuertes, de ese recital que ha tejido a partir de sus poemas y que ha encontrado la respuesta merecida en la pasada edición de Barnasants. El verso de Gloria Fuertes parecía estar esperándole desde hace tiempo estableciéndose esa misma sinergía que ha posibilitado milagros de la poesía cantada como Serrat cantándole a Antonio Machado, Raimon a Espriu o Paco Ibáñez a Góngora. 

Uno toma de su biblioteca "Ni tiro ni veneno ni navaja" o el estupendo "Poeta de guardia" y no comprende el desprecio que algunos poetas o estudiosos le han dispensado a Gloria Fuertes, desvirtuando su imagen hasta la caricatura. Por eso es más necesaria la labor de recuperación que Silvia Comes ha emprendido con la poesía de Gloria Fuertes que ya tuvo una particular e intensa relación con Mari Trini, otra cantautora admirable. 

Los ojos de Silvia han encontrado en la poesía de Gloria un lugar en donde asir la mirada, en donde dejar el corazón y la guitarra. La poeta que veía la vida como un río frío, seco y triste también dejó destellos de vida y de luz en forma de poemas. Esto Silvia Comes lo ha comprendido perfectamente. Por eso al hablar de Gloria hablaba de algo muy íntimo, algo que incluso pertenecía a su propio ámbito familiar, a la propia figura paterna que citaba a la poeta sin imaginar que su hija cantándola le rendiría justo homenaje. 

sábado, 28 de septiembre de 2013

SIGLO VEINTE, CAMBALACHE



1. Almudena Grandes escribía hace unas semanas en El País un artículo titulado "Siglo XX" que empezaba de modo sumamente errático: "Cambalache enigmático y febril, cantaba Gardel, y en efecto así fue...". Todo lo bienintencionado del discurso crítico de la escritora en ese artículo me hacía volver inevitablemente a ese error inicial y a la premura que evidenciaba la autora quien no parecía haber escuchado con la debida atención el tango "Cambalache" que algunos consideramos pieza esencial del cancionero popular de la pasada centuria y muestra del talento de su autor Enrique Santos Discépolo. 

Al plantear su artículo Almudena Grandes le preguntó a Google por "Cambalache" y Google le llevó maliciosamente a una versión del tango que se atribuía a Gardel y que en realidad se debía al rosarino Agustín Irusta. Pero la autora de "Malena es un nombre de tango" confundió a Gardel con Irusta, churras con merinas y erró. Y creyó escuchar enigmático donde el tango decía problemático y reveló que a "Cambalache" no le había prestado la atención merecida de la que surge esta entrada diletante que dedico a Alicia Oschendorf y a Alberto Sahagún porque ambos llevan el tango dentro de su valija sonora. 

2. A "Cambalache" llegué por Serrat como a tantas otras cosas. Tenía apenas diez años y escuché la versión registrada en su disco en directo que apareció a mediados de los años ochenta cuando el noi del Poble Sec hacía veinte años que tenía veinte años. "Cambalache" encajaba perfectamente en aquel repertorio antológico y confirmaba cómo Serrat hacía suyo lo ajeno y cómo al cantar "Cambalache" abrazaba la sombra de su padre, cantor aficionado de tangos en la memoria estruendosa del Paralelo barcelonés. 

Discépolo escribió "Cambalache" para la película El alma del bandoneón que se estrenó a principios de 1935 en el Cine Monumental de Buenos Aires. Libertad Lamarque asumió el protagonismo para la que fue opera prima del cineasta Mario Soffici. "Cambalache" halló en Ernesto Famá su primer intérprete oficial que la cantó en la película con el acompañamiento de la orquesta de Francisco Lomuto. Gardel no pasaba por allí y perdía la vida meses después de aquel estreno. Antes que lo hiciera Ernesto Famá en la película, Sofía Bozán había cantado "Cambalache" en el Teatro Maipo lo cual motivo cierta polémica con el productor de la película tal como apuntan Oscar del Priore e Irene Amuchástegui en el libro "Cien tangos fundamentales" que no debe formar parte de la biblioteca de Almudena Grandes. 

El tango "Cambalache" ha conocido multitud de registros discográficos. El primero de Fernando Díaz a finales de 1934 con el acompañamiento de la orquesta de Francisco Lomuto. Pocos meses después lo graba Ernesto Famá con la orquesta de Canaro. En los años cuarenta "Cambalache" encuentra el éxito de la mano de Roberto Rufino que lo canta con la orquesta de Carlos di Sarli. Vendrán luego grabaciones de Juan D' Arienzo con Alberto Echagüe o de Julio Sosa que lo da a conocer en la siguiente década con algunos cambios en la letra. Después de Sosa se suceden los cantores que incorporan "Cambalache" a su repertorio como Edmundo Rivero, Roberto Goyeneche o Susana Rinaldi. Todos saben que "Cambalache" sintetiza la deriva de todo un siglo en el que da lo mismo el burro que el docto y no se castiga al que roba en su ambición, práctica corriente en la casta política y dirigente. 

Más allá de la órbita del tango "Cambalache" encontrará en Caetano Veloso uno de sus mejores intérpretes a finales de los años sesenta. Después lo hará suyo Serrat con arreglo de Ricardo Miralles. Hasta Julio Iglesias y Raphael encontrarán motivos suficientes para grabar "Cambalache"que retrata la inmoralidad de una época para terminar describiendo los desmanes de un siglo entero. Por ello sigue siendo una letra de absoluta vigencia  con precedentes en el propio repertorio de Discépolo que había escrito en 1931 un tango titulado "¿Qué sapa, Señor"?,  especie de borrador de "Cambalache" que algunos dicen inspirado por "Al mundo le falta un tornillo" de Enrique Cadícamo que sí grabó Gardel. Todos ellos vienen a ser como relatos magistrales de los años 30 o Década Infame. 

3. "Cambalache" viene a mí en la antesala del otoño y vierte su verdad y su misterio, su hechura de tango inmortal, retrato de un siglo que murió y de otro que le siguió y que perpetua las heridas morales y mortales de un mundo sin ética ni razón en el que ayer se mezclaba el estafador Stavisky con la prostituta Mignon o el mismísimo Napoleón con el púgil italiano Primo Carnera que murió el mismo año que Serrat lanzaba al mundo la "Cançó de matinada". Ahora mismo un cambalache ibérico daría auténtico pavor si en él se mezclaran Belén Esteban con Bárcenas y Paquirrín con Poli Díaz. Y es que irremediablemente vamos a peor, cuesta abajo citando otro tango inmortal.  

martes, 13 de agosto de 2013

DILETANTE 9 (ORIOL MASPONS)

El latido del sueño de la gauche divine permanece ahí, en este rostro seductor que nos mira, en Teresa Gimpera fotografiada por Oriol Maspons que ya está del otro lado del espejo, quieto como los retratos que conforman su historia. 

El oficio de vivir rondaba por la calle Muntaner. Las noches de Bocaccio surcaban los ojos de la Gimpera, aquí en rutilante expresión de querer llevarse la vida por delante. Todo bello rostro necesita su poeta, su versificador, y aquí lo fue Oriol Maspons que puso la cámara y el endecasílabo como otros pusieron la etiqueta para definir a quienes se concentraban en Bocaccio. 

Joan de Sagarra dejó escrita por vez primera la etiqueta gauche divine en 1969 y Juan Marsé parodió sus formas y modos en un relato titulado "Noches de Bocaccio" por el que también transitaba Teresa Gimpera, eterna damisela retratada por Oriol hace tanto tiempo que muchos ni siquiera lo recuerdan. Pero ahí queda la actriz y su mirada y la boca que volaba por Tuset Street y la piel desnuda, ligera de equipaje, que se dejaba querer por el sol de Calella de Palafruguell. 

Algo tuvo que ver Teresa Gimpera en el nacimiento de Bocaccio, algo o mucho nos dicen las fotografías que revuelven cajones, instantes y músicas.  De la Gimpera dijo Oriol Regàs en sus memorias que era una de las mujeres más hermosas que había conocido y el señor Bocaccio conoció a muchas mujeres hermosas: "Cuando entraba en un restaurante todo el mundo giraba la cabeza para seguir sus pasos...". Ese fulgor teresiano lo hizo suyo Oriol Maspons en esta imagen que simboliza mucho de aquella gauche divine conspiradora que  conversaba y tomaba copas en Bocaccio. Por ahí también anduvo un tal Joan Manuel Serrat, chico de barrio al encuentro del cosmopolitismo de una generación irrepetible. 

GUÍAS DE CÁDIZ

Julio Malo de Molina acaba de publicar una exquisita guía arquitectónica de la ciudad de Cádiz. La ha editado Mayi cuya línea de publicaciones sigue siendo absolutamente ejemplar. Me sumerjo en la prosa intensa de Julio Malo de Molina y descubro nuevamente la ciudad amada, la vieja ciudad con sus tres mil años de historia, con sus torres como pupilas, con su pañuelo de amargura y con su luz conmovedora. Y me acuerdo de otra guía exquisita, la que escribiera mi padre a finales de los años sesenta de un siglo ya pasado y que Julio Malo de Molina omite en su bibliografía esencial, una guía indudablemente más relevante que aquella otra que diera a imprenta José Manuel Caballero Bonald y que sí aparece citada. 

Cádiz de José Manuel García Gómez fue publicada por Everest y constituyó todo un éxito editorial como demostraron las sucesivas reediciones de las que gozó. Hace unos días mi queridísimo amigo José Manuel Serrano Cueto encontraba entre sus libros la guía de mi padre en versión francesa y el hallazgo quiso compartirlo conmigo. De pronto el nombre de José Manuel García Gómez brotaba en la lejanía de un tiempo perdido, escribiendo a mano las cuartillas que sintetizaban su verdad de paseante solitario del Cádiz antiguo. Y uno -eterno rastreador de las cosas paternas- buscó entre papeles señales de aquella guía que se acompañó de fotografías del entrañable Ángel García Movellán. Y encontré el cruce de cartas con la editorial leonesa, el largo proceso de gestación y una fecha de agosto de 1968 -tal día como hoy- en el que se le hace entrega de treinta y dos ejemplares de esa guía escrita con tanta pasión, un trabajo que siempre habría que citar por la intensidad lírica de sus páginas. 

En la fotografía de Movellán que acompaña a este texto vemos a José Manuel García Gómez mostrándole su flamante guía de Cádiz a José María Pemán. Como testigo un representante de la editorial Everest. Al escribir estas líneas hago sonar de fondo a Alfredo Zitarrosa que canta "Por los médanos blancos". Porque somos ese carro de mimbre de la memoria antigua, ese mar que bañó nuestra infancia y ese verso que nombró el silencio. 

domingo, 4 de agosto de 2013

TORRE TAVIRA




Mi padre hizo un poema de la contemplación de Cádiz desde la Torre Tavira. Retrató y adjetivó la ciudad lírica e indolente, la ciudad del fulgor y del ocaso, del mar infinito y de la decadencia también infinita. Mi padre compuso una oda muy distinta de la que tejía el largo poema que tituló "En medio de las olas" y que era un abrazo luminoso, una oda blanca a Cádiz según le dijera por carta Vicente Aleixandre. 

Mi padre que ya no está se emocionaría escuchando las versiones del poema de Fernando Lobo y de Carmen de la Jara. El primer registro sonoro del poema apareció con motivo del documental En medio de las olas dedicado a la memoria eterna de José Manuel García Gómez. Luego el poema de la Torre Tavira ha seguido creciendo en la voz flamenca de Carmen y en la voz lírica de Fernando hasta formar parte del repertorio de ambos, de sus discografías y de la entraña misma de sus músicas itinerantes.

El otro día Carmen de la Jara ofrecía un recital intenso en El Pay Pay navegando por la música de los poetas sin ceñirse a lo estrictamente flamenco. Tuve la fortuna de acompañarla en el escenario con dos poemas que preludiaron su recreación de "Cádiz desde la Torre Tavira" cuya composición debemos y debo a Juan José Alba quien le acompañaba a la guitarra. El poema de mi padre volvió a cobrar vida en el corazón del Populo, muy cerca del Arco de la Rosa que él mismo evitó que demoliesen hace ya tantos años que nadie quiere recordarlo ni reconocerlo. 

Pero ya hay recompensa en estas dos versiones que valen mucho más que una placa puesta por el Ateneo de Cádiz en comitiva encabezada por su presidente Ignacio Moreno Aparicio. Fernando Lobo, Carmen de la Jara y Juan José Alba obraron el milagro de revivir los versos dormidos del poeta que nació en la calle Cervantes. En febrero del año que viene se cumplirán veinte años de su muerte. 

jueves, 25 de julio de 2013

DILETANTE 8 (BERNADETTE LAFONT)

Quien ama el cine ha debido amar alguna vez a Bernadette Lafont,  la primera musa de Truffaut cuya presencia vibraba en aquel cortometraje titulado Les mistons, principio de muchas cosas. En aquella poética de sentimientos Truffaut ya avanzaba el cine que quería hacer. Allí estaba una jovencísima actriz a la que evocamos ahora y siempre montando en bicicleta, imagen misma de la felicidad filmada. 

Contra la muerte la memoria del cine, la actriz de dicción fabulosa sosteniendo en su mirada el peso de la Nouvelle Vague y de lo que vino después como aquel enorme Jean Eustache que la filmó en La maman et la putain, el mismo año que Truffaut la eligió para ser la imprevisible Camille Bliss de Una chica tan decente como yo. Convengamos que aquella película es de las menos afortunadas de la filmografía de Truffaut, especie de desahogo o de juguete cómico tras la intensa y visceral Dos inglesas y el amor. Pese a ello Bernadette Lafont iluminaba la pantalla con su mera presencia. Ya no era aquella semiadolescente de Les mistons. Ahora era una mujer de treinta y tres años, capaz de ser Camille y de ser también la Marie de La maman et la putain sin perder de vista la referencia de Michel Simon en Boudú sauve des eaux. Porque así la sentía Truffaut con una vitalidad que resultaba conmovedora, con una fuerza y una expresividad fuera de lo común que hallaba en el cine una forma de huida del sinsabor cotidiano.  

En esa doble presencia cinematográfica quisiéramos detener ahora las palabras, el fulgor inacabable de la actriz, el latido del cine. No queremos saber que la musa de Truffaut hoy ha dejado de existir para ser polvo enamorado. Preferimos evocarla en la pantalla en la que germinaron los sueños de la Nouvelle Vague o reunida en Antibes un verano de 1971 comentando con Truffaut y el guionista  Jean-Loup Dabadie los pormenores de la entonces futura Una chica tan decente como yo.