BIOGRAFÍA

En la obra de Luis García Gil (Cádiz, 1974) conviven de manera absolutamente personal literatura, cine y canción de autor. En el ámbito de la canción ha publicado Serrat, cantares y huellas, Serrat y Sabina a vista de pájaro, Jacques Brel, una canción desesperada, Javier Ruibal, más al sur de la quimera y Joan Isaac, bandera negra al cor. Su amor al cine ha dado como fruto el libro François Truffaut publicado por Cátedra y el guión y producción del documental En medio de las olas dedicado a su padre el poeta José Manuel García Gómez. También ha producido el documental Vivir en Gonzalo que ha dirigido Pepe Freire y en el que se profundiza en la obra de Gonzalo García Pelayo. Como poeta es autor de La pared íntima, Al cerrar los ojos y Las gafas de Allen. Es autor además del libro José Manuel García Gómez, un poeta en medio de las olas.




sábado, 29 de marzo de 2014

RUTA QUIÑONES

Hoy debía haber formado parte de esa maravillosa y participativa Ruta Quiñones que guía Blanca Flores pero me fue absolutamente imposible. Quede al menos este magnífico artículo de Quiñones fechado en 1971 y que debí haber leído bajo la acogedora sombra del Arco de la Rosa. En él Quiñones cita a mi padre como la persona que salvó al Arco de la Rosa de ser demolido. Me hubiera gustado alzar mi voz y fundir en una misma secuencia a Quiñones y a José Manuel García Gómez que compartieron un mismo tiempo de Plateros y Caletas, de inquietudes y esperanzas literarias con los grises de la posguerra como escenario inevitable. Veinte años hace que García Gómez nos dejó y aún aguarda el reconocimiento de los poderes locales y fácticos, de quienes están más pendientes de hacerse la foto allá donde comparecen los votos y reina el más absoluto oportunismo. Es este mi largo lamento y lo seguirá siendo. 
CARTA ABIERTA A FLORENTINO PÉREZ- EMBID 
Muy distinguido amigo y paisano: 
Aprovecho el fallo del Premio Adonais de poesía –donde en el 56 me honró usted con su voto favorable- para saludarle y entregarle en mano la siguiente carta que haré publicar asimismo en el Diario de Cádiz y a la que acompañó el programa de “Alcances 71”, la última de las Semanas Culturales que hago anualmente en Cádiz y a la que de modo tan brillante y agradecible contribuyó con dos hermosos actos –Artes Plásticas y Música- esa Dirección General a su cargo, a través de amigos comunes como González Robles, Tordesillas, los Iglesias (el pintor y el musicólogo), Jesús González etc. Le agradezco asimismo la cooperación de esa Dirección a las renovaciones y ampliaciones del Museo de Cádiz, cuyo último acto he seguido desde aquí por la Prensa gaditana, y en general, la admirable labor de conjunto que está desenvolviendo su Dirección y que admiro de lleno, no obstando algunas disensiones de menor monta o mi apoyo a algunas otras del grupo de los artistas independientes, por decirlo así. 
Y ahora, basado en su último viaje a Cádiz y en el que pronto habrá de cumplir nuevamente, así como en su autoridad, y poderes en la materia, me permito llamar su atención acerca de la penosa e indudable realidad mediante la cual ese Cádiz al que amamos anda en manos de la tosquedad, los dineros y la piqueta como si se tratara de cualquier aldea de Yukón o la Patagonia hecha anteayer; anda Cádiz hacia una destrucción ya acelerada de su armonía y de sus valores históricos y turísticos a cuenta de la ignorancia, la ambición y la codicia de éstos y aquellos. Lamento estas palabras duras, que me duelen como a cualquiera y cuyas aristas e inconvenientes no dejo de advertir pero parece ser que no hay otras, así como que las únicas soluciones definitivas, por unos años al menos, sean sólo dos:  
1. El rigor y el acierto mayores en el establecimiento del plan urbanístico que se dice va a ser llevado a cabo por el casco antiguo de Cádiz, o bien 
2. La declaración oficial de dicho casco (cuyos méritos, carácter y encantos conoce usted perfectamente) como Monumento Histórico-Artístico, según desde hace tiempo pretende la Academia de la Historia con intervención directa en el asunto de los señores José María Pemán y Jesús Pabón, y con un diverso pero coincidente interés en ello que abarca desde un Pedro Laín Entralgo –casi gaditano de honor ahora- o un Dámaso Alonso, hasta un Vance Fitzgerald o un Fernando Chueca Goitia. 
Sólo he citado algunos nombres ilustres: en realidad, este reiterado y casi siempre desoído movimiento de defensa urbanística hacia el casco de Cádiz ha estado en boca de muchas, ilustres o no, personas de todas las edades y sexos, de veinte a ochenta años, y siempre ha sido una lucha agotadora en la que los partidarios de la razón y del buen gusto han solido llevar las de perder. Pregúntesele, si no, al señor Navascués, arquitecto municipal de Cádiz, quien se las está viendo y deseando para sacar adelante el noble Barrio del Pópulo contra muchos criterios chatos o miopes o al señor García Gómez quien en última instancia y cuando ya había empezado la demolición hasta dejar desgraciado todo aquel rincón tan bello y típico, logró detener por un pelo el derribo del Arco de la Rosa, allá por los cincuenta y después de dejarse el alma por las calles, desolado contra la torpeza, las insidias y desidias de siempre.
En vista, pues, de que a los propios gaditanos no es posible confiarles la conservación de Cádiz y que en nombre de que “los tiempos cambian” se permiten el derecho de cargarse lo mejor y quizá lo más rentable que podemos tener para cuando el turismo prosiga su curva ascendente, tómese pues una medida estatal en la que todo quede rigurosamente especificado y en la que el "gigantismo" se quede para Puerta Tierra y para el otro lado del puente sobre la bahía, donde estaría muy bien, más allá del peseteo por metro cuadrado etc, etc. 

Seguro de que su oído de andaluz, de escritor y de hombre encargado de velar por lo que en el país vale la pena, no echará en saco roto estas palabras desinteresadas y leales a favor de ese Cádiz que es una nieve mar adentro y que puede convertirse en un triste y desproporcionado mamarracho, le abraza su buen amigo. 

Fernando Quiñones, María Auxiliadora, 20, Madrid.