BIOGRAFÍA

En la obra de Luis García Gil (Cádiz, 1974) conviven de manera absolutamente personal literatura, cine y canción de autor. En el ámbito de la canción ha publicado Serrat, cantares y huellas, Serrat y Sabina a vista de pájaro, Jacques Brel, una canción desesperada, Javier Ruibal, más al sur de la quimera y Joan Isaac, bandera negra al cor. Su amor al cine ha dado como fruto el libro François Truffaut publicado por Cátedra y el guión y producción del documental En medio de las olas dedicado a su padre el poeta José Manuel García Gómez. También ha producido el documental Vivir en Gonzalo que ha dirigido Pepe Freire y en el que se profundiza en la obra de Gonzalo García Pelayo. Como poeta es autor de La pared íntima, Al cerrar los ojos y Las gafas de Allen. Es autor además del libro José Manuel García Gómez, un poeta en medio de las olas.




domingo, 1 de abril de 2012

FERNANDO QUIÑONES Y LA SEMANA SANTA


A Fernando Quiñones le fascinaba la Semana Santa de Cádiz. Lo dejó escrito en varios artículos que parecen ser olvidados por aquellos a quienes les interesa ofrecer una imagen del escritor gaditano hecha a su medida. Son los mismos que desprecian la Semana Santa andaluza por entenderla como cosa rancia y del pasado, propia de la derecha reaccionaria y del ceremonial franquista. La Semana Santa se metió en el mismo cesto ideológico que la copla o el fútbol como si la utilización que de estas manifestaciones populares hiciera el régimen sirviera para descalificarlas. Bastaría con leer al antropólogo sevillano Isidoro Moreno para quitarnos ciertos prejuicios. O simplemente bastaría con leer mejor la totalidad de la obra de Quiñones, incluidos los poemas y artículos vinculados de algún modo a la Semana Santa.  

Como es sabido a la Semana Santa se la ha cantado con veneración desde un ángulo nada ortodoxo. He tratado de explicarlo en un reciente artículo que he publicado en la revista Plenilunio que dirige Pedro Pacheco. Para ello me he apoyado en citas y textos de Lorca, Cernuda, Alfonso Grosso o Miguel García Posada. Y he desembocado en Fernando Quiñones con quien solía cruzarme en alguna esquina de Cádiz compartiendo la espera de una procesión cuya cruz de guía estaba a punto de aparecer para dar comienzo a la representación barroca, al misterio de la vida y de la muerte, a una desbordante primavera callejera y andariega de Cristos descoyuntados y Virgenes dolosas bajo palio.

Me pregunto cómo es posible que  Quiñones se sintiera al final de sus días más cerca estéticamente de la Semana Santa que del Carnaval de Cádiz. Se lo pregunto también a aquellos que obvian esta parte de la estética y de la lírica quiñonesca. En esa línea de desencanto carnavalesco Quiñones publicó en 1997 un artículo muy crítico con la fiesta mayor gaditana:  
Ya casi me borré. Soy de los muchos que creen que se desmadraron, que no nos dan beneficios ni mayor prestigio, que a la categoría y atractivos de Cádiz no deben usurparlos unos disfraces y unas coplas por saladas que sean (y van siendo las menos). Se hacen grandes esfuerzos por dotar al carnaval gaditano de una majestad y unas ínfulas culturales tan ajenas al espíritu mismo de esta fiesta como a la flaca situación de la ciudad. No es que el Carnaval sea culpable de ella. Pero si las horas de ensayos de las agrupaciones, la imaginación y recursos que mueven, su capacidad de sacrificio (desde los gastos de ropajes y carrozas hasta los meses de dedicación) las emplearan en exigencias, iniciativas y acciones útiles de las Asociaciones de Vecinos, en mejorar sus barrios, en luchar verdaderamente por Cádiz, otro gallo podría cantarnos. Pero no. Ingenio, fuerzas, dineros, se los lleva el Carnaval, y los políticos ni pío: todo menos perder votos y popularidad. El "interés internacional" otorgado al Carnaval gaditano olvida que Cádiz es muchísimo más que un Carnaval y que el nuestro tampoco es el de Río o Venecia. Los viejos geniales, del Tío de la Tiza a Paco Alba, no hubieran entendido que el Carnaval se come medio año, que mucho comparsista se cree Alberti o Falla, que el interés internacional se traduce más bien en un vuelco del cutrerío nacional, con más robos, atracos y basuras a tope. Y que en los presupuestos carnavalescos, privados y públicos, se van dineros destinables a necesidades o auténticas conveniencias gaditanas de primer orden, qué cosa.

El mismo Quiñones que escribía estas palabras se deshacía luego en elogios cuando se refería a la Semana Santa de Cádiz en las páginas El País de Andalucía. Quiñones hacía referencia a los Cristos atlánticos de la Semana Santa de Cádiz, una Semana Santa que vinculaba al mar, como no podía ser de otro modo para quien había dado a imprenta tantas páginas con mucho mar dentro. En Las crónicas de mar y tierra hay un poema en el que Quiñones cita la recogida de la cofradía de la Yedra de Jerez y hablaba de saetas que herían las efectivas ráfagas de jazmín. Pero es en Las crónicas del 40 donde aparece un poema magistral que dedica al Nazareno de Santa María, icono de la Semana Santa de Cádiz y del devocionario popular y flamenco. El poema lo titula "Ahí sale". Llama al Nazareno el gran hierático sin atender a los cambios que sufre la imagen tras el incendio que sufre durante la guerra civil. De hecho en los años 40 el Nazareno modificó su modo de cargar la cruz calcándose la zancada poderosa del Gran Poder sevillano.

Quiñones califica en este poema el rostro del Nazareno de "armenio, inmemorial y venerable". Evoca el fervor de una de sus salidas y recuerda las veces que la lluvia de abril bañó su rostro. Quiñones no le canta al Nazareno como lo haría uno de esos pregoneros ágrafos y amanerados que tanto abundan. Lo lleva a su territorio de poeta que domina todos los recursos. Y nos fija esa estampa eterna del Nazareno bajando por la cuesta de Jabonería en su noche mayor "alejándose de su cámara de absortos azulejos del S XVII para volver a ella en el livor del mar y la mañana...". Sólo amando la Semana Santa y lo que representa el Nazareno se puede escribir un poema de esta fuerza y de esta naturaleza. Habla Quiñones de los chiquillos del barrio que oyen su nombre desde siempre, habla de la religiosidad popular, de ese rostro impenetrable que el barrio hace suyo en el trallazo de la madrugada, en el furor de las cornetas y de los tambores, en el estremecimiento de las saetas.

En De Cádiz y sus cantes Quiñones citaba algunos intérpretes gaditanos de saetas y recordaba las madrugadas de saeteros cantándole al Nazareno como Enrique el Mellizo y sus hijos acodados en los balcones que la familia tenía en la esquina de las calles Mirador y Botica. Quiñones terminaba cobijándose en el calor de una preciosa anécdota que protagonizó Manolo Caracol y que había contado el redactor Fernando Fernández en las páginas de Diario de Cádiz. El famoso cantaor se dejó ver por Santa María un Martes Santo y pidió ver al Nazareno al que su padre tanto le había rezado. Manolo Caracol accedió con Juan Vargas - otro flamenco- al lugar en el que se encontraba El Greñuo. Caracol se puso a cantarle entre lágrimas una saeta gitana de versos cortados. Cuando terminó preguntó de qué iría cubierto el Jueves Santo el paso y le respondieron que íría cubierto de claveles. Ese Jueves Santo el Nazareno salió a la calle con sesenta docenas de claveles que corrieron a cuenta de Manolo Caracol con los que honró la memoria de su padre.

Apuntado esto no puede negarse la relación de Fernando Quiñones con la plástica de la Semana Santa, por más que les pese a los que quieren tomar de un escritor o poeta sólo la parte que les interesa, sin analizar el personaje en su totalidad, sin atender a su pluralidad de registros y de sentimientos.