La barba crecida y canosa ya estaba en la portada de este viejo elepé que ahora rescato del baúl de los vinilos enterrados. Canta Georges Moustaki en el primer temblor de este disco sin título (Polydor, 1972) la consagratoria "La meteque" que no quiso Serge Reggiani quien aparece en una de las fotografías de la contraportada en donde también están Bárbara o Edith Piaf, todos ellos parte de la historia cantada por Moustaki, viajero incansable, homérico, cuya voz de dicción melancólica formó parte del paisaje más popular de la canción francesa.
Hemos llorado a Moustaki al borde del camino de esta primavera. Con él hemos regresado a la soledad cantada, al himno libertario, al mayo francés desangrándose en la acera de los sueños perdidos. Suenan "Voyage", "Le facteur" o "La mer m' a donne" y hay como una caricia temblando en esta noche de mayo, una caricia con forma de guitarra, de melena al viento, de canción mediterránea susurrada. Moustaki logró en España lo que otros intérpretes franceses no consiguieron, un cierto éxito popular que le permitía tocar con frecuencia y reforzar vínculos con su público. No era mejor que Brel o que Brassens pero sí logró ser el más querido, el que pudo construir una relación de afectos con el público español.
Moustaki leyó y adaptó a Verlaine (recuérdese "Gaspard") y se empapó del hedonismo carioca para terminar siendo ese viejo sabio al que otros acuden para mirarse, para sentirse parte de su mundo. Es lo que supo hacer Marina Rossell que grabó un hermoso disco con canciones de Moustaki adaptadas a la lengua catalana. El viajero apátrida que nació en Alejandría halló en Marina Rossell una intérprete certera de su universo cuando a Moustaki -aquejado de una enfermedad respiratoria- ya no le quedaba voz.
A propósito de un recital de Moustaki en el Palau de la Música de Barcelona Mingus B. Formentor se refería en las páginas de La Vanguardia a su monótona languidez y a su voz de recitador, sin apenas registros. Ya entonces el canto del trovador era el canto de una nostalgia, de un pasado de resistencia, de esperanza, de lucha lírica. Todavía hoy parte de esa atmósfera se percibe cuando suena "La meteque" y pensamos en el cantor que fue del negro escénico al blanco rutilante, de la bohemia parisina a los fastos callejeros de Río de Janeiro.