De vez en cuando el cine ofrece piezas de la magnitud de The master, sexto largometraje de Paul Thomas Anderson. Relato fascinante de posguerra, visión de una América sumida en los efectos de la hipnosis y del trauma.
Película de rostros cercados por las circunstancias, como el del iluminado Lancaster Dodd al que otorga vida en la pantalla Philip Seymour Hoffman. En un mundo convaleciente surge el propósito sectario, el demiurgo que apuñala la razón y funda una doctrina en medio del caos social. Paul Thomas Anderson filma la deriva del personaje de Joaquin Phoenix, un hombre enfermizo marcado por la guerra y que encuentra en Lancaster Dodd una especie de padre espiritual, de sostén emocional. En esas relaciones turbulentas el cineasta asienta cierta imagen del futuro que estaba por llegar.
Jo Stafford canta a Chopin en un momento de The master, música extradiegética para una obra mayor. Toda esa turbulencia filmada, que parte de un mundo y unos valores en destrucción, se apacienta de pronto y el cine revela su condición de arte mayor, de rauda metáfora del mundo. La iluminación expresionista dota a la cinta de una belleza indudable donde convergen tormento y éxtasis y una manera de sentir el cine como síntesis poderosa de clasicismo y de modernidad.
En ese marco América desliza sus contradicciones, la psicosis postbélica encarnada en las miradas fugitivas de Philip Seymour Hoffman y de Joaquin Phoenix, dos actores de inmenso talento que representan con sus personajes una atmósfera irreal que explica por sí misma el temperamento de un país, la tensión entre la introversión y la megalomanía. Porque la guerra no acaba de evaporarse del recuerdo doliente de las generaciones y la soledad acecha los rostros de la multitud que halla respuesta donde no debiera hallarlas, en las sectas que surgen de las heridas colectivas. El tiempo quizá otorgue a The master el lugar que merece en la cinematografía de este tiempo convulso donde abundan los manipuladores como Lancaster Dodd.