A nadie puede causarle extrañeza que Beyoncé haya podido incurrir en “flagrante delito” de playback durante la reelección de Obama como presidente de los Estados Unidos. Desde hace tiempo sabemos que el playback es práctica habitual de muchos artistas e incluso hay casos sangrantes en la industria como los de aquel dúo de infausto recuerdo llamado Milli Vanilli. En esa línea resulta cada vez más difícil encontrar en la televisión programas que emitan música en directo y si los hay ocupan horarios ciertamente intempestivos. Se impone el “riguroso” playback, el artista que prefiere mover la boca a ofrecer un verdadero espectáculo en directo. Recuérdese el último especial de Miguel Bosé en TVE. El etéreo Bosé se cambió varias veces de vestuario pero enlató la música con lo que su espectáculo careció de cualquier atisbo de emoción. El artificio retrató al artista que paradójicamente conducía en TVE un programa de música en directo titulado Séptimo de caballería.
El playback es un bulo en el que participan muchos artistas de la industria musical. Todo entronca con un mundo de impostaciones en el que nada ni nadie es lo que parece ser. Quique González ha denunciado en alguna ocasión la pequeña farsa del playback de la que no ha querido formar parte en una muestra relevante de coherencia artística. En cierto modo se ha rebelado contra las imposiciones del sistema y ha ido construyendo una carrera discográfica muy interesante cuyo nuevo capítulo lo constituye el recién acabado Delantera mítica. No se trata sólo de un autor que ha defendido la música en directo sino la supervivencia del disco frente a la piratería de Internet.
Nadie está a salvo del playback pero es cierto que se trata de un concepto que se agudiza en cierto tipo de artistas que son ejecutantes de lo que Umberto Eco llamó música gastronómica. En esa línea de gastronomía musical aparece David Bisbal cuya música intrascendente ha llegado a sonar en el mítico escenario del Royal Albert Hall de Londres donde ha llegado a grabar un disco en riguroso directo. La carrera de Bisbal está cimentada en la impostura, algo lógico para quien procede de un concurso de las características de Operación Triunfo que ha tenido su inevitable corriente de sucedáneos. El éxito de Bisbal no se discute. Tiene los dioses del marketing de su lado. Y esta promoción calculada le ha llevado al Royal Albert Hall que jamás pisarán artistas españoles de mucha mayor envergadura y renombre que Bisbal. Paradojas del mercado. Si la canción de autor recibiera la difusión que tiene Bisbal otro gallo cantaría para algunos cantautores que pese a su calidad transitan por la escena musical como auténticos equilibristas, sin la atención que merecen.
Cuando viajamos en el tiempo al Olympia de París y vemos a Brel despidiéndose de la escena contemplamos hasta qué punto la canción puede ser emoción y no una voz más o menos academizada pero carente de profundidad artística. Brel es paradigma de artista en directo, antítesis del playback televisivo. Miramos a Brel y vemos a Ulises buscando Itaca, vemos a un cantor que desesperadamente traza su odisea vital, envuelto en sudor, llorando "Ne me quitte pas" ante una audiencia entregada.
Ahí radican las claves de una canción con contenido, en diálogo permanente con la poesía, con los propios poetas, canción distinta volviendo a la terminología usada por Umberto Eco. Por eso Bisbal no sabe quien fue Serrat y canta "Lucía" desde la inconsciencia de quien le resulta igual cantar eso de Ave María nunca serás mía que aquello de no hay nada más bello que lo que nunca he tenido. Con todo y con eso el almeriense ha cantado en el Royal Albert Hall de Londres y ándeme yo caliente y ríase la gente que debe pensar si supiera que hubo un poeta llamado Góngora.
Pero yo quería hablar del riguroso playback, de la ausencia de programas musicales en televisión y he terminado hablando de Bisbal. Me pregunto cómo es posible que la televisión en blanco y negro del tardofranquismo y de la transición emitiera programas musicales tan estimulantes como A su aire o Mundo pop. Y me pregunto cómo se ha devaluado tanto la televisión de la democracia. Más paradojas de la vida. El playback podía usarse en otro tiempo para programas especiales de fin de año pero había una cultura de la música popular en directo y el propio artista se exigía cantar en directo, venía de esa tradición, de esa escuela que huía de la impostura.
Lo fácil -insisto- es hacer lo que hizo Miguel Bosé. No asumir riesgos y cantar sin cantar para deleite de sus muchos seguidores que no van a cuestionar al ídolo por estas minucias. Pero todo resulta importante en la configuración de un artista: la estética, la lírica, el estilo, las formas, todo ese equipaje que le identifica como también le identifica el rigor con el que entiende el oficio de cantar, su independencia, su capacidad de asumir riesgos y de revelar sus credenciales frente al oyente.
En un mundo perfecto no triunfarían los impostores pero tampoco lo harían quienes hacen de la corrupción una forma de vida ni los que contribuyen a la perpetuación de un mundo injusto, insolidario, cínico y absolutamente devastador. En ese estado de cosas el playback se revela como sintomático de la devaluación de cierta canción popular que lamentablemente es la que suele estar en el escaparate, bendecida por las radio fórmulas y por las grandes discográficas.
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