Todo es mentira, todo es quimera... (Torre de arena)
Decía Kiko Amat en su libro Mil violines que Marifé de Triana no tenía ninguna canción buena (pág. 179). No es novedoso el desprecio a la copla que ciertos periodistas musicales exhiben en sus textos. Amat huía en su libro del canon establecido para ofrecer un recorrido muy personal por la música pop en la que incluso se permitía dudar de artistas de la talla de Bob Dylan. Amat se recrea en Mose Allison, en el renacimiento mod, en los primeros discos de REM, en la música que le ha marcado de por vida. Su escritura apasionada le lleva a defender un tipo de canción sin atender otros modelos posibles. Hablar de copla en un contexto de referencias musicales marcadas por lo anglosajón resulta cuando menos chocante. Por eso mismo es gratuito decir que Marifé de Triana no tiene ninguna buena canción. La duda -si fuera duda- ofende. Como refutación basta con escuchar "Torre de arena", copla monumental que debemos al terceto Llabrés, Sarmiento y Gordillo. Escucho "Torre de arena" y la siento más ligada a lo que soy que muchas de las canciones que Kiko Amat incluye en su libro. "Torre de arena" sigue conmoviendo con su dramática estampa lírica y no necesita del elogio encendido de quienes todavía creen ver en las formas de la tonadilla signos de la negrísima posguerra y de la subcultura franquista.
La copla marcó una época pero sus composiciones trascendieron a ese tiempo en el que aquellas canciones fueron escritas. Kiko Amat no es Manuel Vázquez Montalbán y no entiende de cancioneros sentimentales, de batas de cola aleteando sobre un tiempo de silencio. Si el deep soul es anti-pop catártico "Torre de arena" tiene también mucho de relato hondo, de profundidad, de catarsis. Lo idóneo sería no despreciar lo que se ignora. Por eso mismo releo Mil violines -libro aconsejable por otra parte- y cuando llego a la parte en la que se cita a Marifé me rebelo y pienso que la copla merece un respeto. Si Kiko Amat se vanagloria de defender la música popular frente a la culta sorprende que su anglofilia le impida hallar ese sustrato de riqueza popular en la copla.
Ahora más que nunca uno puede decir que es de Bob Dylan y de Marifé de Triana. Es el mejor homenaje que podemos hacerle a esa coplera indómita que todavía en el mes de octubre de 1967 triunfaba en el Teatro Español de Barcelona con un espectáculo llamado Torre de coplas. Ya circulaba con prestancia la Nova Cançó pero Marifé escenificaba la copla con sus dotes de actriz. Porque ya lo dijo Vázquez Montalbán refiriéndose a Serrat:
"Serrat no ha compuesto canciones en catalán o en castellano, a partir del nivel óptimo de una burguesía exquisita, sino a partir del nivel real de la educación lírica del país..."
Y en esa educación lírica aparece la copla como gran referencia, la tan denostada copla, la que cantaba Marifé, la que no comprende ni asume Kiko Amat. Como tampoco asume -por lo que parece- a Javier Ruibal que mucho antes que el documental Man on wire -citado en Mil violines- ya encontró motivos para inspirarse en la obra de Erik Satie y bordar mirándose en semejante espejo "La flor de Estambul". El camino que emprendió Ruibal tampoco hubiese sido el que es sin esa referencia primera de la copla y sin artistas como Marifé de Triana tan indisolublemente ligadas a lo popular.