Nada tiene en común la literatura de Georges Perec y la de Stephen King. No consta que King se haya sentido alguna vez oulipiano ni que Perec citara Carrie entre sus libros favoritos aunque nunca se sabe. Pero todo buen lector sabe que la pluralidad de lo que se lee enriquece y que no es bueno manejarse con prejuicios. Un best seller puede encerrar alguna sorpresa inesperada y una novela de culto puede dejarnos absolutamente indiferentes. Por eso mismo he mezclado en estos días la lectura de Las cosas de Perec con 22/11/63 de King.
Perec es un escritor clave para mí. Defiende un modo de sentir la literatura, de experimentar con ella que comparto plenamente. La idea de no escribir dos veces el mismo libro suponía de entrada toda una declaración de principios por parte del novelista parisino. Lástima que la prematura aparición de la parca impidiera a Perec desarrollar en toda su magnitud su obra. Las cosas, su ópera prima, es un retrato sociológico de los años sesenta y una denuncia de la sociedad de consumo. En muchos aspectos es una novela que anticipa todo los desmanes del capitalismo, ese culto desmedido a la riqueza, a lo material que termina corroyendo los valores de una sociedad. Lo mismo se podría decir a otro nivel del comunismo, del fracaso de algunas utopías revolucionarias. De Las cosas de Perec a la reflexión de Algo va mal de Tony Judt trascurren varias décadas pero hay un mismo descontento ante una realidad que no es justa y que somete y desplaza al individuo hasta anularlo como tal.
Me gusta la parte que Perec dedica en Las cosas al cine como cultura de masas. Subrayo frases, ideas, rincones parisinos, destellos de una prosa que discurre sin artificios y cuya grandeza reside en su sencillez. El camino hacia la monumental e hiperrealista La vida, instrucciones de uso estaba ya iniciado.
King es otra cosa al que algunos asocian a una subliteratura de consumo masivo. Superado el prejuicio interesa darle a King el beneficio de la duda, atender a los matices de su prolífica obra y adentrarse en las más de ochocientas páginas de 22/11/63. Mi imagen -lo reconozco- de Stephen King es más cinematográfica que literaria. La lectura de 22/11/63 permite descubrir un narrador de largo aliento ya que nos encontramos ante una novela trepidante, magnífica reconstrucción histórica de la América de finales de los años cincuenta y principios de los sesenta que culmina en el magnicidio de Kennedy, eje especulador y vertebrador del libro de King quien también construye un hermoso relato amoroso. No puede desdeñarse ni el arduo trabajo de documentación -preñado de referencias literarias, musicales y cinematográficas del periodo- ni la forma de desarrollar la trama. El protagonista del novelón de King viaja en el tiempo para seguirle los pasos a Lee Harvey Oswald, futuro asesino de Kennedy. Pero el pasado es obstinado como se encarga de recalcar una y otra vez el señor Amberson, protagonista y narrador de 22/11/63. Ante una novela-espectáculo de este calibre uno ha de olvidarse de algunas deficiencias insalvables por parte de quien tiene la osadía de hacer literatura de uno de esos misterios insalvables de la historia de los Estados Unidos. La teoría de la conspiración sigue flotando en el aire. King no ha pretendido desvelar el misterio pero sí ha sabido trazar un fascinante relato de un tiempo y de un país.