El cromo de Sebastián Viberti nos mira desde la lejanía de un tiempo ya perdido. Aquel Málaga de la temporada 1973-74 quedó séptimo en la liga española por delante del Real Madrid de Pirri, Amancio, Netzer y compañía. Aquel Málaga conversaba tangos a través de Viberti, de Guerini o de Vilanova. Viberti ya había dado sus mejores años al equipo de La Rosaleda. Aquella temporada no marcó ningún gol pero disputó veintidós partidos. Se cruzó con Cruyff en el Camp Nou en jornada aciaga porque el Barça le endosó un contundente cuatro a cero al Málaga con doblete de Marcial. Pero Viberti dejaba huella en la hierba que pisaba como esos mediocampistas que se saben dominadores del espacio, sutiles en la forma de acariciar el cuero y buscar la portería contraria.
A muchos el nombre de Viberti les sonará a infancia, a cromo repetido, a glosa balompédica. Antes de jugar en el Málaga lo hizo en el San Lorenzo de Córdoba y en el Huracán de Argentina. Muchos recuerdan su figura corpulenta, su larga cabellera y esos pies inmensos con los que conducía la pelota. Decir Viberti es acordarse de aquel plantel del Málaga con Deusto en la portería, con Migueli, con Álvarez o con el ya referido Guerini que marcó el gol con el que el Málaga venció al Madrid en La Rosaleda aquella temporada 1973-74.
El fútbol es historia, relato soñado de infancia y adolescencia. Nos acordamos del cromo de Viberti, de las botas de los futbolistas que yacen bajo tierra, de la melancolía del fútbol que no vuelve. En Cádiz tuvimos a Mágico González y en Málaga tuvieron a Viberti a quien quiso el Real Madrid y el Valencia de Di Stefano. Al finalizar la temporada 1973-1974 el argentino ficharía por el Gimnastic de Tarragona donde terminaría su lustro dorado en la liga española.