En el tren que me llevó hace unos días hasta Madrid leí Niños en el tiempo de Ricardo Menéndez Salmón. En el ámbito de los demasiados libros hay escritores cuya obra se sitúa en un territorio de absoluta trascendencia y exigencia. El primer relato de Niños en el tiempo estremece y noquea al lector que siente el dolor de esa pareja que ha perdido un hijo y se ha perdido a sí misma. "La paternidad es una provincia pedagógica; la orfandad es una escuela desolada". Subrayo el párrafo demoledor en lápiz rojo mientras el tren toma posesión de su trayecto y uno teme ese instante en el que se pierden las riendas de la vida cuando llega a sentirse el asedio brutal de un viento huracanado, el descarrilamiento de todos los trenes.
La muerte del hijo en Niños en el tiempo me hace pensar en ese trozo de vida ardiendo en el papel que es Mortal y rosa, esa obra maestra de Umbral. Aún hay quienes al referirse a Umbral aluden a la anécdota televisiva que protagonizó con la inefable Mercedes Milá. "Yo vengo a hablar de mi libro" como Umbral. Ese slogan aparece como recurrente forma de autopromoción y de chiste fácil que simplifica a Umbral de forma y manera lamentable. Esta simplificación viene de aquellos que indudablemente no han leído ni una sola página del autor de Las ninfas que hallaría sin duda en Niños en el tiempo un relato cercano a su propia experiencia.
Menéndez Salmón o Umbral son dos formas de literatura vivida y sentida. En ambos casos la palabra escrita se trabaja con el mismo cuidado que un imaginero podía trabajar la madera del cedro o el pino de Flandes en el Siglo de Oro. Niños en el tiempo se atreve a incursionar en la infancia de Jesús de Nazaret para culminar su expresivo y poético tríptico en una isla que espera la entrada en escena de una mujer que debe tomar una importantísima decisión. En los tres relatos que componen la música de cámara de Niños en el tiempo la prosa de Menéndez Salmón acontece como íntima vibración, como resonancia lírica, como delicado ejercicio de infancia recobrada y drama inapelable. Al leer ese relato inaugural de pérdida y duelo me acordé de "Tarantán" de Patxi Andión y del hijo imposible que perfilaba el rostro de aquella hermosa canción.