Me cité con Tino Tovar a comienzos del verano pasado en la Cafetería Miami, el mismo lugar que acogió una larga conversación con Javier Ruibal que impulsó la escritura de Más al sur de la quimera. Esbozamos aquella sobremesa un proyecto literario en común que quise titular La canción de Cádiz. La idea era profundizar en la historia de la comparsa desde Paco Alba a nuestros días, la comparsa como canción de autor de Cádiz, como machadiana palabra en el tiempo, como banda sonora de acordes y latidos. Tino pensó que La canción de Cádiz no sólo encajaba como título de nuestro libro sino también como título de su próxima comparsa. De alguna manera libro y comparsa caminarían por un mismo sendero emocional en una sintonía que a mí me pareció muy hermosa.
El libro ha ido madurándose en estos meses sin someternos a un calendario estricto, a una premura peligrosa que pudiera condicionar el resultado. Del mismo modo Tino fue dando forma y sentido a su comparsa, compartiendo conmigo ideas hasta que todo lo abocetado ha terminando desembocando en La canción de Cádiz, enorme poema cantado que es fruto de uno de los creadores más profundos del Carnaval de Cádiz, un hacedor de coplas que aúna tradición y modernidad, lírica y compromiso en su modo de componer sus obras.
La canción de Cádiz está llena de matices, de sugerencias melódicas y expresivas, de esa poesía sutil tan difícil de alcanzar en estos tiempos de tantísima banalidad. Mientras otros desertan del Concurso del Falla Tino Tovar prosigue su búsqueda, cantándole a Cádiz, persiguiendo a las musas, trazando a contrarreloj un delicado universo de sensaciones, de sentimientos y cavilaciones. Todo ello con la complicidad de un grupo de voces magníficamente dirigido.
Suena y espejea La Canción de Cádiz, quintaesencia del estilo de Tino Tovar, y viene a sonar parte del alma de esta ciudad, de los vientos viajeros que la acogen, de los suspiros callejeros donde el deseo florece y el tiempo parece detenerse. Tino Tovar le canta a Pedro Romero y en ese pasodoble, fiero y dulce a un tiempo, tiembla el mar de Cádiz, el mar indescifrable y penetrante como la vida misma que conforma la herida, el genio y el ingenio del verso cantor. De este modo olvidamos la otra parte del Carnaval, la de los egos, la de la expresión desmañada, la del narcisismo, la del fanatismo, la que hizo exclamar a Fernando Quiñones que de los Carnavales ya se borró. Tino Tovar convence hasta a los más escépticos con su forma de entender y sentir el Carnaval. Nadie como él refleja con su voluntad renovadora las posibilidades expresivas de la comparsa.
La canción de Cádiz está llena de matices, de sugerencias melódicas y expresivas, de esa poesía sutil tan difícil de alcanzar en estos tiempos de tantísima banalidad. Mientras otros desertan del Concurso del Falla Tino Tovar prosigue su búsqueda, cantándole a Cádiz, persiguiendo a las musas, trazando a contrarreloj un delicado universo de sensaciones, de sentimientos y cavilaciones. Todo ello con la complicidad de un grupo de voces magníficamente dirigido.
Suena y espejea La Canción de Cádiz, quintaesencia del estilo de Tino Tovar, y viene a sonar parte del alma de esta ciudad, de los vientos viajeros que la acogen, de los suspiros callejeros donde el deseo florece y el tiempo parece detenerse. Tino Tovar le canta a Pedro Romero y en ese pasodoble, fiero y dulce a un tiempo, tiembla el mar de Cádiz, el mar indescifrable y penetrante como la vida misma que conforma la herida, el genio y el ingenio del verso cantor. De este modo olvidamos la otra parte del Carnaval, la de los egos, la de la expresión desmañada, la del narcisismo, la del fanatismo, la que hizo exclamar a Fernando Quiñones que de los Carnavales ya se borró. Tino Tovar convence hasta a los más escépticos con su forma de entender y sentir el Carnaval. Nadie como él refleja con su voluntad renovadora las posibilidades expresivas de la comparsa.