Las reputaciones es la última novela publicada por el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez. Por su relato, lírico y moral, transita un afamado caricaturista apellidado Mallarino que a su vez evoca la desdichada suerte de otro eximio caricaturista llamado Ricardo Rendón quien eligió la muerte llevándose a la sien derecha el cañón de una pistola Colt 25. Al leer esta breve y magnífica novela me acordé de Violeta Parra eligiendo también el instante de su muerte con la canción "Gracias a la vida" aún temblándole cual paradoja en los labios. A la asociación novela- Violeta contribuyó indudablemente el visionado de la película de Andrés Wood sobre su vida, un trabajo impecable que logra trazar un retrato fidedigno de un personaje complejo, icono indudable de un modo de sentir la canción y el folclore que nada tiene que ver con la industria musical que padecemos en nuestros días.
Francisca Gavilán logra el milagro de transformarse en una Violeta Parra sumamente convincente, carne de yugo que encontró en la música un modo de arrinconar fantasmas, de ser viento del pueblo y silbo de afirmación de aldea. Andrés Wood no ha querido hacer una biografía al uso sino que ha trazado un perfil de la artista chilena que penó de amor pero también de rabia y que lo mismo tomaba el pincel que la guitarra con la claridad de quien buscaba ante todo penetrar en el pueblo como un angel confortador prendido del paisaje familiar de su tierra.
Todavía se llora el adiós precipitado de Violeta y ruge un viento triste sobre aquella carpa deshabitada. Todavía puede decirse que su ejemplo pervive, que se cantan sus canciones, que pervive su huella en las grabaciones que nos siguen acompañando. Andrés Wood ha logrado con su película aproximar el mito a las nuevas generaciones para que se paren a distinguir las voces de los ecos. Porque Violeta sigue marcando el camino tal como ya lo marcaba a finales de los años sesenta cuando Víctor Jara la citaba como referencia de la emergente Nueva Canción Chilena.
Hay quien la recordaba friendo empanadas antes de bailar cueca o abrazada a la noche inmensa y misteriosa con un silencio largo que rompía algún acorde de guitarra. En Violeta la alegría podía acontecer de modo repentino como también podía hacerlo la tristeza de quien contemplaba muchas veces el revolver con el que se despediría del mundo. En Al cerrar los ojos le dediqué un poema porque nada de las vidas vividas por Violeta puede sernos ajeno. Como tampoco nos puede ser ajena la escritura de Juan Gabriel Vásquez, suma de estructura y de poética, tal como ha logrado condensar en ese ejercicio fulgurante que es Las reputaciones. Uno piensa en Mallarino cuya crisis personal le hace abandonar su oficio y piensa también en Violeta Parra desertando a los cielos, eligiendo la muerte como compañera de viaje, sin fuerzas para pisar otro escenario, para parir otra canción.
Todavía se llora el adiós precipitado de Violeta y ruge un viento triste sobre aquella carpa deshabitada. Todavía puede decirse que su ejemplo pervive, que se cantan sus canciones, que pervive su huella en las grabaciones que nos siguen acompañando. Andrés Wood ha logrado con su película aproximar el mito a las nuevas generaciones para que se paren a distinguir las voces de los ecos. Porque Violeta sigue marcando el camino tal como ya lo marcaba a finales de los años sesenta cuando Víctor Jara la citaba como referencia de la emergente Nueva Canción Chilena.
Hay quien la recordaba friendo empanadas antes de bailar cueca o abrazada a la noche inmensa y misteriosa con un silencio largo que rompía algún acorde de guitarra. En Violeta la alegría podía acontecer de modo repentino como también podía hacerlo la tristeza de quien contemplaba muchas veces el revolver con el que se despediría del mundo. En Al cerrar los ojos le dediqué un poema porque nada de las vidas vividas por Violeta puede sernos ajeno. Como tampoco nos puede ser ajena la escritura de Juan Gabriel Vásquez, suma de estructura y de poética, tal como ha logrado condensar en ese ejercicio fulgurante que es Las reputaciones. Uno piensa en Mallarino cuya crisis personal le hace abandonar su oficio y piensa también en Violeta Parra desertando a los cielos, eligiendo la muerte como compañera de viaje, sin fuerzas para pisar otro escenario, para parir otra canción.