BIOGRAFÍA

En la obra de Luis García Gil (Cádiz, 1974) conviven de manera absolutamente personal literatura, cine y canción de autor. En el ámbito de la canción ha publicado Serrat, cantares y huellas, Serrat y Sabina a vista de pájaro, Jacques Brel, una canción desesperada, Javier Ruibal, más al sur de la quimera y Joan Isaac, bandera negra al cor. Su amor al cine ha dado como fruto el libro François Truffaut publicado por Cátedra y el guión y producción del documental En medio de las olas dedicado a su padre el poeta José Manuel García Gómez. También ha producido el documental Vivir en Gonzalo que ha dirigido Pepe Freire y en el que se profundiza en la obra de Gonzalo García Pelayo. Como poeta es autor de La pared íntima, Al cerrar los ojos y Las gafas de Allen. Es autor además del libro José Manuel García Gómez, un poeta en medio de las olas.




domingo, 29 de diciembre de 2013

EL MILAGRO DE LA POESÍA


Es el milagro de la poesía que sigue reclamando amantes, lectores entusiastas, paseantes de su misterio. Quien no la probó no puede saberlo, no puede ni imaginarlo. Estoy leyendo el poema "La eternidad se llama Buenos Aires" de Raquel Lanseros que forma parte de su última entrega poética titulada Las pequeñas espinas son pequeñas. Al leerlo todo es concentración y emoción porque el poema me lleva donde quiere con el fulgor musical de sus endecasílabos. Lo recito despacio, casi musitándolo, y estoy volando con la imaginación del verso hacia un barrio porteño donde una pareja que siento muy próxima está bailando ahora mismo un tango con la alegría prendiendo fuego en cada movimiento. Ellos son Alberto y Cristina (Al y Cris Tango) y algún día bailarán con Raquel aquel poema de Los ojos de la niebla titulado "La mina más linda". Y cuando la poeta o poetisa diga aquello de "En su cuerpo de tinta anidaban las notas/ de tu bandoneón..." Cristina y Alberto responderán a la par con un escorzo sutil que por momentos parecerá esculpirse en mármol de Carrara. 

Y ese es el milagro de la buena poesía y del arte que nos hace mejores y llena de magnética luz el sendero más intrincado, como sucede también con las buenas canciones. Como poeta siento muchas veces más míos los versos de otros que los propios. Me pasa con Raquel Lanseros desde que leí su primer libro, antes incluso de conocerla, de compartir instantes memorables, recitales y presentaciones en Barcelona, Madrid o Cádiz. Cada nuevo encuentro con su poesía supone sumergirme en las aguas profundas de la más pura emoción con la lección machadiana bien aprendida, que brota de la claridad del verso pensativo, emotivo, que puede hasta tocarse y cuya respiración escuchamos como si manara de una fuente amorosa en una plaza callada sobre la luz crepuscular de la tarde. Esa misma tarde gozosa o melancólica que engendra caminantes y sueños, misterios y quimeras y también poetas como Raquel y bailarines como Alberto y Cristina a los que uno imagina danzando ahora mismo en un barrio porteño, entre los silencios llenos de vida y amor de ese poema titulado "La eternidad se llama Buenos Aires". Poesía y tango citándose, entrelazándose, fundiéndose.