La carretera que conduce a Olvera ya no es la carretera sinuosa de antaño. El diletante regresa al lugar de su infancia para recitar algunos de sus poemas por gentileza del Centro Andaluz de las Letras. Atisba el pueblo en el horizonte y se le escapan dos lágrimas que logra disimular. Se acuerda de su padre, pregonero de las fiestas de San Agustín de Olvera el mismo año del mayo francés y se acuerda también de un artículo titulado Enamorarse de Olvera en el que su progenitor concentrara todo lo que le sugería aquel pueblo perdido de la serranía de Cádiz: "Así es el amor por esta bella ciudad que reparte sus latidos por las campanas de su Iglesia Mayor y por las almenas de su viejo castillo moro, Olvera mora y cristiana, de muy honrosas empresas históricas, Olvera de inéditas bellezas a la que hay que ir, a la que nadie deja a la vera, a la que todos prefieren, como en los versos certeros de Jesús de las Cuevas, rondar su blanca cintura y enamorarse de Olvera...".
Retornos a lo vivo lejano, a uno de los lugares de mi infancia, donde puse lo hallado y reconté las perdidas. Me acordé de mis primos, de la posesión de la luz aquella que pertenece a un pasado donde la muerte no comparecía con su hachazo invisible y homicida. Avec le temps sabemos que la niebla toma posesión de todos los nombres y somos elegía presurosa mordiendo los peñascos.
El diletante constata en su recital lo solo que están los poetas que declaman versos para un mínimo auditorio. Pervive al menos la música reencontrada de las calles empinadas que vuelven a habitarse, de la alameda aquella en la que jugué de niño, de los rostros familiares sentados en torno a un fuego dulce y hospitalario. Ejerció de cicerone Remedios, vieja amiga de uno de mis primos y casualmente responsable de la Biblioteca Pública de Olvera a donde llevé mis versos. Ella fue quien me mostró aquellos rincones que fueron míos en otro tiempo.
Antes del regreso cayó la noche y el diletante se llevó una última imagen del pueblo adormeciéndose, fantástico y fantasmagórico a un tiempo con aquel castillo envuelto en las simas de la oscuridad. Me acordé de nuevo de aquel artículo de mi padre titulado Enamorarse de Olvera y de mis tíos y de mis primos y de todo aquel fulgor habitado hace ya demasiado tiempo.
Nota final: En la foto que acompaña estas líneas aparece mi padre como pregonero de la Feria y Fiestas de San Agustín de 1968. Le acompañan la Reina y las Damas de aquel año. El alcalde de Olvera era Francisco Pérez Sabina. La imagen procede de la Revista Oficial de las Fiestas y Feria editada por el Ayuntamiento de Olvera en 1969. En ese mismo número aparece un poema de mi padre dedicado a la Virgen de los Remedios, Patrona de Olvera.
Antes del regreso cayó la noche y el diletante se llevó una última imagen del pueblo adormeciéndose, fantástico y fantasmagórico a un tiempo con aquel castillo envuelto en las simas de la oscuridad. Me acordé de nuevo de aquel artículo de mi padre titulado Enamorarse de Olvera y de mis tíos y de mis primos y de todo aquel fulgor habitado hace ya demasiado tiempo.
Nota final: En la foto que acompaña estas líneas aparece mi padre como pregonero de la Feria y Fiestas de San Agustín de 1968. Le acompañan la Reina y las Damas de aquel año. El alcalde de Olvera era Francisco Pérez Sabina. La imagen procede de la Revista Oficial de las Fiestas y Feria editada por el Ayuntamiento de Olvera en 1969. En ese mismo número aparece un poema de mi padre dedicado a la Virgen de los Remedios, Patrona de Olvera.