Quien ama el cine ha debido amar alguna vez a Bernadette Lafont, la primera musa de Truffaut cuya presencia vibraba en aquel cortometraje titulado Les mistons, principio de muchas cosas. En aquella poética de sentimientos Truffaut ya avanzaba el cine que quería hacer. Allí estaba una jovencísima actriz a la que evocamos ahora y siempre montando en bicicleta, imagen misma de la felicidad filmada.
Contra la muerte la memoria del cine, la actriz de dicción fabulosa sosteniendo en su mirada el peso de la Nouvelle Vague y de lo que vino después como aquel enorme Jean Eustache que la filmó en La maman et la putain, el mismo año que Truffaut la eligió para ser la imprevisible Camille Bliss de Una chica tan decente como yo. Convengamos que aquella película es de las menos afortunadas de la filmografía de Truffaut, especie de desahogo o de juguete cómico tras la intensa y visceral Dos inglesas y el amor. Pese a ello Bernadette Lafont iluminaba la pantalla con su mera presencia. Ya no era aquella semiadolescente de Les mistons. Ahora era una mujer de treinta y tres años, capaz de ser Camille y de ser también la Marie de La maman et la putain sin perder de vista la referencia de Michel Simon en Boudú sauve des eaux. Porque así la sentía Truffaut con una vitalidad que resultaba conmovedora, con una fuerza y una expresividad fuera de lo común que hallaba en el cine una forma de huida del sinsabor cotidiano.
En esa doble presencia cinematográfica quisiéramos detener ahora las palabras, el fulgor inacabable de la actriz, el latido del cine. No queremos saber que la musa de Truffaut hoy ha dejado de existir para ser polvo enamorado. Preferimos evocarla en la pantalla en la que germinaron los sueños de la Nouvelle Vague o reunida en Antibes un verano de 1971 comentando con Truffaut y el guionista Jean-Loup Dabadie los pormenores de la entonces futura Una chica tan decente como yo.
En esa doble presencia cinematográfica quisiéramos detener ahora las palabras, el fulgor inacabable de la actriz, el latido del cine. No queremos saber que la musa de Truffaut hoy ha dejado de existir para ser polvo enamorado. Preferimos evocarla en la pantalla en la que germinaron los sueños de la Nouvelle Vague o reunida en Antibes un verano de 1971 comentando con Truffaut y el guionista Jean-Loup Dabadie los pormenores de la entonces futura Una chica tan decente como yo.