Hay escritores cuya entrega a la literatura resulta abmirable. El escritor mexicano Carlos Fuentes era uno de esos escritores. En tiempos en los que cualquiera se siente escritor convendría no olvidar a escritores de esta talla, de esta dedicación, de esta fe en las palabras que se escriben contra la infamia, contra el dolor, contra el olvido. Al enterarme de su muerte me acordé en seguida de su novela Diana o la cazadora solitaria (Alfaguara, 1994). Allí contaba su historia de amor imposible con la malograda actriz Jean Seberg.
Aquella actriz fascinante nació en un pueblo perdido de Iowa y vivirá siempre en Al final de la escapada de Godard. La presencia de Jean Seberg en el cine nos sumerge de lleno en su fragilidad, en el fracaso de sus tentativas amorosas, en la soledad que seguía a la conclusión de una escena en una de esas películas que solía rodar por inercia, sin fe alguna en lo que estaba haciendo. Perdida en las brumas del alcohol o de las drogas tocó fondo hasta suicidarse, gesto final de desesperación que compartiría con su ex marido Romain Gary. Pero antes de que su adiós ocupara la primera plana de los rotativos Carlos Fuentes la conoció y la amó. Sabía que aquello no duraría demasiado, que todavía en la mente de Jean Seberg rondaba el rostro hierático de Clint Eastwood en La leyenda de la ciudad sin nombre.
Diana o la cazadora solitaria supone un acto de amor hacia Jean Seberg. Encontramos en el libro párrafos como el que sigue en el que Carlos Fuentes alude al terror del tiempo que se escapa de las manos y que somete al escritor a un drama perpetuo. Es la obsesión de quien lo fía todo a la escritura:
Tengo terror de quedarme sin tiempo para escribir. Escribir es mi pasión. Todo escritor nace con el tiempo contado. Desde el momento en que se sienta a escribir, inicia una lucha contra la muerte. Todos los días, la muerte se acerca a mi oreja y me dice: Un día menos. No tendrás tiempo.
He aquí expresado el drama del escritor que escribe para vivir y del hombre que ama lo que no podrá ser, aquello que ya perdemos antes de retenerlo entre los dedos, como el rostro de angel herido de Jean Seberg entregándose a los brazos heladores de la muerte.
Carlos Fuentes dejó dos libros inéditos en esa lucha titánica contra el tiempo. En el camino quedó dibujada alguna obra maestra más, al margen de Diana o la cazadora solitaria que me parece uno de sus mejores libros. He escuchado todo tipo de elogios hacia su figura y algún exabrupto como el de José Javier Esparza en Intereconomía. El del parche en el ojo dijo desde su púlpito derechista que Carlos Fuentes es un escritor sobrevalorado. Dudo que lo haya leído, dudo que su ideología le permita analizar las cosas con el suficiente rigor. Lo que es evidente es que la pseudoliteratura de Esparza morirá con él. La de Carlos Fuentes seguirá viva por mucho tiempo como la de todos los clásicos.