Recuerdo que me partí un brazo jugando al fútbol. Y que en las duras sesiones de rehabilitación había un televisor en el que siempre estaba sintonizado el programa Sálvame (Tele 5). Debía ser su primer año de existencia. Uno sufría por su brazo que debía recuperar musculatura y sufría también por el espectáculo que veía en la pantalla en el que la histeria, el exabrupto y el desafuero se adueñaban de una serie de personajes ciertamente pintorescos. Pasado el tiempo Sálvame resiste como clásico de la sobremesa televisiva y como signo de los tiempos que corren.
La foto de Ouka Leele tiene su miga. En ella se dan cita los protagonistas de ese engendro televisivo que cumple un lustro de existencia. Lo peor de todo es el encumbramiento de este espacio por parte de medios y de periodistas supuestamente serios. El exquisito Vicente Verdú escribía en las páginas de El País un panegírico al programa y lo situaba en la órbita de Tennessee Williams quien debe estar revolviéndose en su tumba. Su artículo titulado "El circo de las fieras" no tiene desperdicio. Me consta que Verdú es un tipo serio e inteligente que no escribe poseído por ninguna sustancia alucinógena. Si le gusta Sálvame allá él. Su artículo se une a otras perlas del repertorio de quien ha sido capaz de relativizar el valor de la lectura y calificar al elenco de Sálvame de admirable.
Algunas de nuestras miserias habitan en este tipo de espacios en el que todo lo justifica la audiencia. Sálvame viene a refrendar el fracaso de la televisión como medio pedagógico, su renuncia a cualquier intento de ofrecer un producto digno dentro de un concepto de entretenimiento televisivo. El triunfo del programa es como un espejo en el que se retratan muchos españolitos y españolitas de a pie que encumbran a personajes como Belén Esteban y compañía. Todo ello conducido por Jorge Javier Vázquez (Premio Ondas) o por la genuina Paz Padilla que no se habrá visto en otra. Ellos orquestan la incontenible verborrea de tan ilustres tertulianos, de tan admirable elenco (ay Verdú) que son parte de una España huera y casposa que no termina de irse.
Hay cosas peores -eso sí- en este feo mundo inmundo al que cantaba Aute, cosas en forma de guerras pretendidamente legítimas que arrancan vidas, descuajan infancias y dañan colateralmente. Pero Sálvame es un síntoma de que algo no marcha bien, de que este tipo de programas sobran en esa corriente de regeneración que muchos proclaman.
La muy moderna Ouka Leele estará contenta. Ha fotografiado la posmodernidad y la impostura en los rostros televisivos de Kiko Matamoros, Terelu Campos, Rosa Benito y compañía. Me da pereza recordar el admirable elenco uno por uno. En Sálvame importa poco la falta de principios, de escrúpulos que viene a regir este tipo de programas made in Tele 5. Tampoco importa el vacío, la nimiedad, la miseria de los contenidos, el asalto a la intimidad con la complacencia de los que hoy merecen el calificativo de famosos, sin oficio que justifique tan pingües beneficios, esa forma de vivir del cuento y sacar pecho por ello. Todo termina valiendo para hacer caja y mantener vivito y coleando el interminable chollo de Sálvame y su colofón semanal (o colocón, otro guiño a Aute) llamado Sálvame deluxe, prolongación noctámbula del esperpento, de esta bicha televisiva que nos define.