BIOGRAFÍA

En la obra de Luis García Gil (Cádiz, 1974) conviven de manera absolutamente personal literatura, cine y canción de autor. En el ámbito de la canción ha publicado Serrat, cantares y huellas, Serrat y Sabina a vista de pájaro, Jacques Brel, una canción desesperada, Javier Ruibal, más al sur de la quimera y Joan Isaac, bandera negra al cor. Su amor al cine ha dado como fruto el libro François Truffaut publicado por Cátedra y el guión y producción del documental En medio de las olas dedicado a su padre el poeta José Manuel García Gómez. También ha producido el documental Vivir en Gonzalo que ha dirigido Pepe Freire y en el que se profundiza en la obra de Gonzalo García Pelayo. Como poeta es autor de La pared íntima, Al cerrar los ojos y Las gafas de Allen. Es autor además del libro José Manuel García Gómez, un poeta en medio de las olas.




Mostrando entradas con la etiqueta Televisión. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Televisión. Mostrar todas las entradas

martes, 5 de agosto de 2014

SÁLVAME


Recuerdo que me partí un brazo jugando al fútbol. Y que en las duras sesiones de rehabilitación había un televisor en el que siempre estaba sintonizado el programa Sálvame (Tele 5). Debía ser su primer año de existencia. Uno sufría por su brazo que debía recuperar musculatura y sufría también por el espectáculo que veía en la pantalla en el que la histeria, el exabrupto y el desafuero se adueñaban de una serie de personajes ciertamente pintorescos. Pasado el tiempo Sálvame resiste como clásico de la sobremesa televisiva y como signo de los tiempos que corren. 

La foto de Ouka Leele tiene su miga. En ella se dan cita los protagonistas de ese engendro televisivo que cumple un lustro de existencia. Lo peor de todo es el encumbramiento de este espacio por parte de medios y de periodistas supuestamente serios. El exquisito Vicente Verdú escribía en las páginas de El País un panegírico al programa y lo situaba en la órbita de Tennessee Williams quien debe estar revolviéndose en su tumba. Su artículo titulado "El circo de las fieras" no tiene desperdicio. Me consta que Verdú es un tipo serio e inteligente que no escribe poseído por ninguna sustancia alucinógena. Si le gusta Sálvame allá él. Su artículo se une a otras perlas del repertorio de quien ha sido capaz de relativizar el valor de la lectura y calificar al elenco de Sálvame de admirable. 

Algunas de nuestras miserias habitan en este tipo de espacios en el que todo lo justifica la audiencia. Sálvame viene a refrendar el fracaso de la televisión como medio pedagógico, su renuncia a cualquier intento de ofrecer un producto digno dentro de un concepto de entretenimiento televisivo. El triunfo del programa es como un espejo en el que se retratan muchos españolitos y españolitas de a pie que encumbran a personajes como Belén Esteban y compañía.  Todo ello conducido por Jorge Javier Vázquez (Premio Ondas) o por la genuina Paz Padilla que no se habrá visto en otra. Ellos orquestan la incontenible verborrea de tan ilustres tertulianos, de tan admirable elenco (ay Verdú) que son parte de una España huera y casposa que no termina de irse. 

Hay cosas peores -eso sí- en este feo mundo inmundo al que cantaba Aute, cosas en forma de guerras pretendidamente legítimas que arrancan vidas, descuajan infancias y dañan colateralmente. Pero Sálvame es un síntoma de que algo no marcha bien, de que este tipo de programas sobran en esa corriente de regeneración que muchos proclaman. 

La muy moderna Ouka Leele estará contenta. Ha fotografiado la posmodernidad y la impostura en los rostros televisivos de Kiko Matamoros, Terelu Campos, Rosa Benito y compañía. Me da pereza recordar el admirable elenco uno por uno. En Sálvame importa poco la falta de principios, de escrúpulos que viene a regir este tipo de programas made in Tele 5. Tampoco importa el vacío, la nimiedad, la miseria de los contenidos, el asalto a la intimidad con la complacencia de los que hoy merecen el calificativo de famosos, sin oficio que justifique tan pingües beneficios, esa forma de vivir del cuento y sacar pecho por ello. Todo termina valiendo para hacer caja y mantener vivito y coleando  el interminable chollo de Sálvame y su colofón semanal (o colocón, otro guiño a Aute) llamado Sálvame deluxe, prolongación noctámbula del esperpento, de esta bicha televisiva que nos define.

jueves, 28 de junio de 2012

LAS LÁGRIMAS DE RONCERO

Crecí oyendo a José María García en aquella mítica Antena 3 Radio que nos hizo amar los matices líricos de la radio de madrugada. No voy a decir que el periodismo radiofónico que ejercía García fuera ejemplar pero indudablemente creó escuela por su manera de trasmitir la información deportiva. La voz inconfundible de José María García irrumpía a las doce de la noche con el propósito de ahondar en los tejemanejes del balompié nacional. Lo suyo fue un periodismo deportivo atento a los hechos, con mucha pasión pero también con mucho rigor.

Es cierto que García agotó su liderazgo con el tiempo y en esas apareció José Ramón de la Morena con El Larguero y ahí nació un intento de hacer una radio deportiva más desenfadada, la antitésis de García. La cosa cuajó algunos años pero jamás alcanzó las cotas de calidad alcanzadas por José María García al que tanto denostaban. El larguero devino con el tiempo en chiste alargado, en bufonada con ínfulas de trascendencia y con personajes como Manolo Lama que se creen graciosos cuando no lo son y basan más su locución en el efectismo y en la pantomima que en un periodismo realmente serio o influyente.

De algún modo ese bufonesco periodismo deportivo termina desembocando en Tomás Roncero, un tipo que se ha construido un personaje, una especie de heterónimo que le hace salir a escena como un hincha fanatizado con su camiseta del Real Madrid o de la selección española. Las lacrimógenas imágenes del periodista Tomas Roncero en el show de Puntopelota (Intereconomía TV) son sintomáticas de un modo de hacer periodismo deportivo en este país que se basa en la impostura, en la degradación de las formas, en la falta de profesionalidad.

Roncero escribe libros como Vargas Llosa y cuando es menester llora y apela a los sentimientos patrióticos como puede apelar a los sentimientos madridistas. La pasión le ciega. No hace periodismo, hace algo que tiene poco que ver con el periodismo pero de ese modo el tipo ha logrado hacerse popular y de vez en cuando vierte lágrimas televisadas con las que honra a la selección de Vicente del Bosque o a la escuadra de Mourinho. Si alguien duda del oficio de Roncero el tipo recuerda a la audiencia que es periodista de carrera como si eso le legitimara para hacer lo que hace. De algún modo es un fracaso que haya gente que pase por la carrera de periodismo sin aprender los rudimentos básicos del oficio. Lo vemos a diario en la prensa rosa y ahora también en la deportiva donde hay que saber buscar a los que aún escriben con rigor sobre fútbol y huyen de la parafernalia.

Las lágrimas de Roncero son parte de esta civilización del espectáculo que ha teorizado Vargas Llosa. El fútbol pierde poesía y valor estético y moral cuando el fanatismo impone sus modos. Una cosa es el lícito sentimiento del aficionado a unos colores y otra muy distinta es la ridiculez de quien se erige en estandarte deformante de unos colores determinados. Por eso la España de Roncero es una España que pertenece a una parte de la sociedad infantilizada. Y aunque en apariencia puedan parecer un asunto menor las lágrimas de Roncero trascienden por lo que representan dentro del complejo universo de los mixtificadores.