BIOGRAFÍA

En la obra de Luis García Gil (Cádiz, 1974) conviven de manera absolutamente personal literatura, cine y canción de autor. En el ámbito de la canción ha publicado Serrat, cantares y huellas, Serrat y Sabina a vista de pájaro, Jacques Brel, una canción desesperada, Javier Ruibal, más al sur de la quimera y Joan Isaac, bandera negra al cor. Su amor al cine ha dado como fruto el libro François Truffaut publicado por Cátedra y el guión y producción del documental En medio de las olas dedicado a su padre el poeta José Manuel García Gómez. También ha producido el documental Vivir en Gonzalo que ha dirigido Pepe Freire y en el que se profundiza en la obra de Gonzalo García Pelayo. Como poeta es autor de La pared íntima, Al cerrar los ojos y Las gafas de Allen. Es autor además del libro José Manuel García Gómez, un poeta en medio de las olas.




sábado, 24 de mayo de 2014

EL MADRID DE CARLO (ÚLTIMA ENTRADA)



Siempre que hay un gran partido de fútbol asoman los detractores, los que nada comprenden, los que piensan que el fútbol es pan y circo. Ignoran la belleza de este deporte que va más allá de los hilos más bien oscuros que indudablemente lo mueven porque allí donde brilla el vil metal asoman intereses oscuros y corrupciones varias. Pero el fútbol es infancia, lo he dicho muchas veces, un balón de reglamento que se acaricia en una playa mientras el sol se pone en el horizonte. Quien lo jugó sabe bien lo que digo. Y el fútbol es Zitarrosa cantándole a Garrincha o Serrat cantándole a Kubala. Y es Javier Marías titulando su libro balompédico Salvajes y sentimentales. Y Pier Paolo Pasolini teorizando sobre la poesía del fútbol o Miguel Hernández escribiendo su elegía a un guardameta. Insisto que quien lo jugó o lo probó lo sabe.

En las finales agónicas, de pronóstico incierto, suelen darse cita la épica y la lírica. Muchas lecciones pueden extraerse de un partido de fútbol, muchas lecciones vitales, para quien quiera verlo, para quien quiera asomarse a ellas. Habrá quien quiera ver veintidós tipos en calzoncillos. Uno que ha marcado algunos goles en pachangas sabe que la cosa es más compleja, sabe que hay narradores como el brasileño Sergio Rodrigues que pueden componer una novela a partir de la poética de un regate como el de Pelé a Mazurkiewicz en el Mundial de México celebrado en 1970. 

El Madrid ganó la décima empatando en el último suspiro del encuentro. Si Sergio Ramos no marca gol en ese córner postrero hablaríamos de una temporada de Ancelotti más bien discreta y de un Madrid incapaz de profundizar, de generar peligro en el encuentro, pese a la mejora que supuso la entrada en cancha de Isco y Marcelo. Pero el fútbol es causa y azar y Ramos se elevó noqueando la moral del admirable adversario. 

En la prórroga todo fue coser y cantar e incluso quienes hemos dudado de Ancelotti terminamos reconociéndole el incuestionable mérito de haber logrado hacer equipo e historia conquistando la ansiada décima Copa de Europa. Todo ello sin necesidad de aspavientos, sin tensiones, sin ruedas de prensa como campos de batalla. El perfil bajo de Ancelotti ha dado sus frutos y para ello no ha sido necesario romper con cierto estilo futbolístico impuesto por su denostado antecesor. 

El partido no fue bueno pero lo simboliza la grandiosa arrancada de Di María que dio origen al segundo gol ejecutado por Bale. El argentino ha completado su mejor temporada, en la que su concurso ha sido más determinante. Curiosamente hace unos meses se le cuestionaba. Son las cosas de este deporte, la frontera mínima que separa el éxito del fracaso.