BIOGRAFÍA

En la obra de Luis García Gil (Cádiz, 1974) conviven de manera absolutamente personal literatura, cine y canción de autor. En el ámbito de la canción ha publicado Serrat, cantares y huellas, Serrat y Sabina a vista de pájaro, Jacques Brel, una canción desesperada, Javier Ruibal, más al sur de la quimera y Joan Isaac, bandera negra al cor. Su amor al cine ha dado como fruto el libro François Truffaut publicado por Cátedra y el guión y producción del documental En medio de las olas dedicado a su padre el poeta José Manuel García Gómez. También ha producido el documental Vivir en Gonzalo que ha dirigido Pepe Freire y en el que se profundiza en la obra de Gonzalo García Pelayo. Como poeta es autor de La pared íntima, Al cerrar los ojos y Las gafas de Allen. Es autor además del libro José Manuel García Gómez, un poeta en medio de las olas.




sábado, 15 de marzo de 2014

TRENES DE MARZO


A su modo los trenes encierran metáforas y las estaciones alumbran gestos cotidianos, idas y venidas de sueños y vidas, prisas de amantes y también insospechados territorios de tristeza y desamparo. Uno se imagina a Machado en un ignoto tren alumbrando algún sueño lírico y derramándolo sobre el recio paisaje castellano. Para Truffaut una película debía avanzar como trenes en la noche. Los trenes saben a Nouvelle Vague y a Gonzalo García Pelayo que sumó trenes y árboles en su luminosa Alegrías de Cádiz cuyo rodaje no olvidaremos quienes hemos formado parte de ella. Los trenes envuelven historias, canciones (slow train coming) sensaciones porque todo viaje acontece dentro de nosotros. En un tren se conocieron mis padres. Mi madre leía El rayo que no cesa de Miguel Hernández y ahí empezó todo. En un tren surgen amores y se agrandan los silencios y se subraya el verso que buscábamos mientras de pronto entramos en la oscuridad vertiginosa de un túnel. 

Pero un tren puede fijar también una herida en el horizonte que nadie puede cerrar. En un país hemorrágico como el que padecemos esto lo asumimos como parte del acontecer cotidiano.  El 11 M fue un día de muerte, de sinrazón, de estruendo, de manotazo helado. Hace diez años de aquel marzo doliente y nada hemos aprendido porque siguen los unos y los otros en el barrizal de siempre como en aquel cuadro de Goya. Todos recordamos aquel infausto día, recordamos las palabras del ministro Acebes y toda la desvergüenza del partido gobernante que manipuló la realidad a su propia conveniencia. Pero también recordamos que al otro lado el comportamiento no fue precisamente ejemplar y no están en condiciones de dar lecciones éticas ni morales. En todo caso lo que persiste -en un lado y en otro- es una falla que sigue fracturando el espíritu democrático, como lo hacen los continuados escándalos de corrupción. 

El 11 M nos sigue retratando a todos, al Partido Popular el primero pero también a los otros, a quienes se creen en la posesión absoluta de la verdad. Y en esa deriva cainita de canes furiosos seguimos. La España que arroja piedras a la otra España y la que repele la agresión con parecida falta de argumentos. Y quien se sale del discurso de las dos Españas puede sufrir también las consecuencias. En la retina permanecen los trenes de marzo, la sangre en las vías, el terror ciego y esas vidas que quedaron rotas en un segundo. 

Nada debiera cimentarse en el dolor, nada puede justificar el delirio terrorista, el fanatismo religioso, la bomba asesina. A las víctimas hoy más que nunca les debemos un respetuoso y hondo silencio que amaine este ruido de sables de esta España incorregible que no aprende de su pasado, que desoye el diálogo y cultiva el odio.